Si además se agrega a este paisaje una explosión de matices rojos, ocres, dorados y cobrizos de la estación otoñal la mirada se hace poesía. Sé que me repito en estas descripciones una y otra vez, que las montañas encierran el círculo de mis ensoñaciones, pero esta vez, me duele el pinar.
Quiero andar. Repetir un recorrido frecuente por una senda conocida desde la niñez. El camino es espacioso, sin grandes obstáculos y su trazado se pliega a los prados y a las laderas del pinar. En el borde de la carretera hay una hilera de troncos de pinos cortados por entre huellas de tractores. Este es el inicio. Continúan surcos profundos y desordenados que no sólo invaden el sendero por el que es imposible transitar sino que al albur de la necesidad de acceso al pino talado se abren otras arterias de destrucción del sotobosque -pinochos, hayas en crecimiento, matorros- con el consabido destrozo del suelo vegetal. No estoy viendo el desgarro del pinar en presente. Es que con este procedimiento de corta de pinos se está demoliendo su futuro. Ignoro cuáles han de ser las estrategias válidas para una tala de pinos sin agresiones tan profundas a los árboles limítrofes sin aumentar los costes, -he ahí la cuestión- pero el sentido común me dicta que para extraer la madera debe hacerse con menos estragos y un mayor tacto en la conservación de los caminos.
Me duele el libre albedrío de tantos seteros y coches aparcados invadiendo el pinar. Apenas percibimos la presencia de los paisanos. Las cestas cuelgan de las manos de personas foráneas que van esquilmando de todo tipo de setas del monte comunal. ¿Se podría regular alguna norma para que los setales del monte reviertan algún beneficio para todos los ayuntamientos de pinares Soria, Burgos?
Todos estos acontecimientos se prodigan en un espacio protegido denominado “Parque Natural de las Lagunas Glaciares de Neila”. Nada menos.
Guadalupe Fernández de la Cuesta