Ese ha sido nuestro primer paso para ahuyentar a todos los “ayes” del pesimismo y la preocupación. En algunos hogares han despedido el año con un triste adiós que se nos fue por las ausencias de seres queridos y por la travesía de alguna que otra penuria familiar. (Mi recuerdo imborrable para ti, Ana de Neila, persona luchadora e imprescindible en muchos festejos del pueblo al que te acompañaba con la pandereta).
En todos los casos la magia de las uvas no desencadena otros amaneceres diferentes a los de la bendita rutina diaria. De momento vamos a huir de las historias de hospitales, de nuestros malos recuerdos del pasado, de la soledad… No nos encerraremos en casa, ni en la cocina, ni en la habitación. Agua que no corre se pudre, y herramienta que no se usa, se oxida. En estos momentos un sol de invierno se desparrama en la sierra y teje filigranas de sombras entre árboles desnudos. En las solanas se hacen tertulias sosegadas, despaciosas, fuera del control del tiempo. Las palabras nacen para la conversación, sin sobresaltos ni ofensas, con la medida sabia de los interlocutores para intentar pasar el rato y recoger las caricias de esta hermosura de sol que diría Machado.
A veces uno se encuentra con la soledad como el filósofo Diógenes, que según se dice vivía dentro de un tonel y tenía un amor absoluto a la libertad y a la naturaleza. En una ocasión se cuenta que el gran rey Alejandro se decidió a hacerle una visita. Allí lo encontró tendido al sol y medio desnudo. Alejandro el Grande se acercó al filósofo y le dijo lo mucho que le admiraba. -¡Pídeme lo que quieras y te lo conseguiré!- Diógenes levantó la cabeza y respondió simplemente: -¡Apártate, que me tapas el sol! No necesitaba más. Ese era su presente, su “poder del ahora” como reza el título del libro de Eckhar Tole, un libro extraordinario capaz de crear una experiencia en los lectores que pueden cambiar radicalmente sus vidas para mejor, para el optimismo, para otros encuentros en la forma del vivir.
Con esta filosofía del “Ahora” del “Vivir el presente” estaba un nonagenario en la puerta de su casa. ¿Qué tal está? -pregunto- Ya ves, responde, aquí, “estándome”-. Ya quisiéramos, como él, encontrar el lugar y momento adecuados para “estarnos”: Una sola palabra para una reflexión profunda. Su “estar” es la circunstancia, la casualidad del instante, su situación en el lugar. Nosotros tratamos de convalidar lo accidental con lo esencial. No estamos sino somos “enfermos” “desgraciados” “víctimas” “enemigos”… Conferimos a estas palabras la esencia inmutable del “ser” cuando tan sólo son vivencias ocasionales que se pueden modificar con la ayuda de especialistas o con nuestra propia voluntad para encontrar un nuevo formato de vida. Y no es asunto de juventud. Dicen los científicos que algunas de las neuronas de los mayores se renuevan. Deseamos “ser” felices porque en cada “ahora” salimos a su encuentro. “De altos espíritus es aspirar a cosas altas”. (Cervantes).
Pues eso. ¡Feliz año 2017!
Guadalupe Fernández de la Cuesta