Estrenamos calendario
Iniciamos un año más en el camino de nuestras vidas y es mi deseo dejar escrita la palabra “felicidad” para todos mis paisanos.
En nuestra mente anida la ilusión de un porvenir más certero y plausible en la vida de nuestros pueblos. Esta pasión es válida para todos aquellos jóvenes que pueden cimentar sus años de trabajo en un horizonte de futuro rural. Mi esperanza es promover la valentía de todos en unas circunstancias que son inseguras y nada halagüeñas. A los mayores nos viene a la cabeza el poema de Machado: “Al andar se hace el camino/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar/” Tenemos la sana costumbre de mirar el camino andado y alimentar los sanos recuerdos de nuestra vida en el pueblo. Ahora nos toca disfrutar de una música escrita en el pentagrama de la salud y de un acompañamiento familiar y social. La letra del cantar, con los avances tecnológicos y las redes sociales, no conseguimos entenderla. Sí sabemos de los abrazos sin ahogos. De la fonética del lenguaje y sus matices de las emociones. De la empatía solidaria. Del lenguaje gestual del rostro y cuerpo en los saludos fraternales. No me gusta la gente que intenta sacarse de la cabeza aquellos razonamientos que no le salen del corazón. Eso es propio de gentes egoístas que tratan de embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza. O que tratan de sostener unas ideologías de populismo exacerbado.
Se inicia “la cuesta de enero”. El trabajo del ascenso es ahogador y no percibimos el aliento para llegar a la cima. Ni la ilusión. Porque no vemos la cumbre donde se ha de instalar un futuro para nuestros pueblos. Es verdad que la mayoría de los progresos importantes lo han logrado personas que no han desfallecido en sus intentos cuando parecía no haber ninguna esperanza. Deseamos encontrar a esa gente tan valiosa. Leo en el Diario de Burgos, en los primeros días de enero: “Quintanar hará otro intento para arrendar la piscifactoría… Es lo que están tratando de hacer tres serranos ligados a Quintanar y Canicosa de la Sierra”. Dicen que “necesitarán ayuda de las administraciones”. Por ahí andarán los diferentes órganos gubernamentales con los papeles en la mochila en un buen reposo administrativo. Aún así, me nace la esperanza en toda suerte de apoyos a un proyecto de resurgimiento económico de la zona. Y de vida. Los pueblos olvidados necesitan recordar que la naturaleza limpia es indispensable para vivir. Y no sólo para ver y decir adiós. Ni para dictar unos rótulos que digan “Parque Natural”. O para declarar edificios como “Bienes de Interés Cultural” (BIC) como la iglesia románica de La Monjía (Soria) en peligro de derrumbe y abandonada. Y otros tantos bienes inmuebles en el expediente rural de los pueblos de nuestra tierra. Las personas formamos parte de esos idílicos lugares y del Medio Ambiente y no deseamos más títulos que el poder vivir en los pueblos. La vida rural no se describe en papeles. Hay que vivirla. Y conectar con sus necesidades perentorias para darles una solución adecuada. Respecto a la ayuda a los pueblos, la clase política hace promesas de construir puentes incluso donde no hay río.
Dice Bécquer un una de sus Rimas referida a un “Arpa Olvidada, silenciosa y cubierta de polvo”: “¡Cuánta nota dormida en sus cuerdas… esperando la mano de nieve, que sabe arrancarlas”. Somos el mejor entorno para arrancar las notas a una vida saludable. Esperamos una buena mano.
Guadalupe Fernández de la Cuesta