Estuvimos allí

A mis años he vivido una de esas experiencias inolvidables, imperecederas, esos sucesos que se graban en nuestro campo emocional y modifican los hábitos de conducta.

 Creía asistir en Madrid a una manifestación convencional donde los ciudadanos  reclaman sus derechos y se vociferan las protestas hacia los distintos estamentos políticos. Pero acudí a una reunión multitudinaria de gente educada en las artes de la responsabilidad, en el sacrificio del duro trabajo, en la extrema humanidad y compañerismo. El cielo de Madrid se limpió de la contaminación acústica y ambiental y se cubrió del aire limpio que envuelve a los pueblos olvidados. El asfalto se hizo de tierra donde se han marcado para siempre la fecha de unas huellas de la vida rural abandonada. Quiso la lluvia, tan deseada en su ausencia pertinaz, escribir su propio lenguaje de vida en esta reivindicación de futuro para los pueblos. Hablamos con un lenguaje exquisito en las pancartas, en los globos, en las músicas de los distintos grupos de gaiteros y tamborileros. En ningún momento se vivieron gestos de violencia, ni agresiones, ni insultos. Yo no percibí despliegue policial que denotara una posibilidad de actuación ni disuasoria ni contundente. Nuestra cultura de pueblo lleva insertada una buena dosis de saber hablar sin violencia.

            Todos los medios de comunicación se han hecho eco de esta extraordinaria manifestación en Madrid. No voy a entrar en consideraciones políticas pero si humanas. Esta ingente concentración de personas del mundo rural en Madrid lleva por sí sola una lectura poco habitual en estas marchas callejeras. Ningún orden político: autoridades, organismos, gestores… han estado detrás de esta gran efeméride reivindicativa de la España vacía. Los vecinos abandonados podemos demostrar la gran valía para emprender cualquier actividad que se nos proponga. La inmensa fila de autobuses estacionados en los alrededores del paseo de Castellana supone unas cualidades óptimas en las gentes que han llevado a cabo semejante concentración. Hay que tener en cuenta la dispersión de los lugares de origen.

            Los sorianos fueron los más numerosos y sus textos en las pancartas reflejan ese talento literario y envolvente de Machado hacia la tierra de Soria a la que quiso tanto. Y otro asombro más: entre los miles de manifestantes observo a padres con niños pequeños en su cochecitos o en brazos. Y a otros niños en edad escolar con sus pancartas exigiendo sus derechos a una escuela en su pueblo. A su lado, mi vejez estaba escribiendo en el cielo de Madrid, mi alma de pueblo. Un pueblo que fue vida ennoblecida por sus gentes de buen vivir y mejor hacer.

            Al final unos periodistas: el oscense Manuel Campo Vidal y la turolense Paloma Zuriega leyeron un manifiesto ejemplar como no había de ser menos. Con los ánimos emocionados escuchamos al grupo musical “Ronda de Boltaña” de la provincia de Huesca interpretar una canción sublime. Tendríamos que memorizar su letra y no olvidarla. Entonces, mientras los aplausos pueblerinos inundaban el cielo de Madrid no pude ocultar unas lágrimas indecisas.

            Padezco la necesidad de escribir: En un largo poema del 2001 titulado Neila, digo en los últimos versos: “Quiero ser arroyo/ que pueble de verde mi tierra/. Quiero ser surco de tus semillas/. Quiero ser Neila.

           

            Guadalupe Fernández de la Cuesta