Nos ocupamos en la recogida de sus frutos silvestres, o en mi caso, de verlos en armonía entre los verdes oscuros de los árboles o arbustos. Existe un lenguaje peculiar que nombra a todas estas especies frutales y de donde provienen. Tenemos bien fotografiado en nuestro cerebro la imagen de todos ellos. Por ejemplo: Los “oves” de las hayas, la “bellotas”, las “moras”, los “escaramujos” de los rosales silvestres; los “majuelos” o “bizcobas” de los espinos blancos; las “mailas, las endrinas…etc. Todos estos frutos fueron flores más o menos luminosas allá en la primavera, y sus estambres recogieron el polen y en el pistilo se organiza el origen de los frutos. En esta naturaleza nuestra encontramos setas de varias clases con sus nombres correspondientes y proclives a degustaciones exquisitas entre los manjares silvestres. En mi caso, son las “mículas” de siempre, (niscalos) las que me atraen. Otro placer añadido es la orografía de nuestros montes dibujando su silueta en los anocheces Y quedan perfiladas las cimas del Garañón, El Trampalón, La Cueva el Hoyo, La Muela, Peña Aguda…Y cuando estas gozando de una belleza jamás inventada por el hombre, oímos unos berridos, que como campanas al vuelo, van llamando a esas ciervas que se entregarán al macho que berrea. Y engendrarán nuevas vidas para poblar la vida rural vaciada.
Volviendo la cabeza al pasado, en muchos pueblos de nuestra tierra era en este mes de septiembre cuando se hacía la despedida a los pastores que iniciaban su camino hacia tierras de Extremadura. Siempre me llegó la curiosidad por la trashumancia de los rebaños de merinas y conocer las vidas de estas familias de convivencia partida durante ocho meses. Sabía de cañadas, cordeles y veredas; de mansos y moruecos, de ovejas parideras y horras, de corderos añinos…Todo ello aprendido en conversaciones con los pastores del pueblo. Ellos me contaban cómo el aire de la dehesa extremeña era “liso” y quieto, como si fuera el vigilante de los pastos color mate. Su nostalgia permanente era el verde de la sierra y el baile de las ramas filiformes de los pinos perforando el cielo. Me decían como deseaban volar como las águilas, ir a ver a la familia y volver al hatajo. Esta futilidad mía por la trashumancia, derivó tras unos años, en el libro “Sombra de majadas”.
Es la naturaleza un aula donde podemos aprender todos los engranajes de nuestra propia subsistencia. Hoy deseo expresar mi profunda consternación por todo lo que acontece en la isla de La Palma tras la erupción de un volcán en “Montaña Vieja”, y de consecuencias aún por dilucidar. Descubrimos esta isla canaria en un viaje, no turístico sino andarín y aventurero, tal y como me gusta hacerlo, acompañada de mi marido. Nos inundó tan entusiasmo que hemos repetido el viaje otras tres veces. La Isla Verde se nos desmorona. En nuestra memoria quedan sepultadas las emociones vividas allí. Porque la Naturaleza habla. Y enamora.
Guadalupe Fernández de la Cuesta