“Nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar que es el morir…” Así inicia el poema Jorge Manrique en las “Coplas a la muerte de su padre” Es cierto que en la desembocadura el caudal de un incipiente arroyo ha crecido a lo largo de todo su inmenso recorrido con el aporte de otras aguas de otros cauces. Así llega al mar ese río pletórico, luminoso, cargado de historias acuáticas y de riberas audaces o sosegadas. Cuando queda engullido por las aguas saladas deja su huella azulada en el horizonte marino.
Nuestro surco de la vida ha hecho su trayectoria por los sinuosos caminos de la existencia hasta el estuario del morir. Nuestra desembocadura está lejos de esa placentera visión de los grandes ríos caudalosos y sosegados en los últimos tramos de su recorrido. Nuestro poeta, que ha escrito la mejor obra de la lírica, vivió en el siglo XV y en aquella época tocaba morir en edades más tempranas. Ellos guardarían sus “modus vivendi”.en talegas por entre los desvanes para solventar su vejez.
Vivimos en un “país de viejos” con una población muy abultada de mayores. Nuestra subsistencia económica nos lleva a una clara preocupación. Las ayudas de las contribuciones de los trabajadores van menguando progresivamente y la recaudación por nuestros impuestos se ha ido a otros “sacos”, todos ellos lejanos a las bolsas de las pensiones. Este tramo de la vida que nos toca vivir lleva asociados unos derechos inapelables a nuestra condición de seres humanos: Una alimentación adecuada; una sanidad sin paliativos; un techo que cobije nuestros años con dignidad y el respeto debido a nuestras posibles condiciones físicas algo menguadas. Desconozco los enrevesados caminos de la política y de sus tortuosos y oscuros entramados de la economía. Las cifras de dineros resultan ilegibles cuando nos hablan que van al rescate de los Bancos, a las autovías de peaje, a un proyecto paralizado de construcción de un depósito estratégico de gas natural en aguas del Mediterráneo, a magnas recalificaciones de terrenos en dudosa convivencia con empresarios de poder y alcurnia. Resulta asimismo abultado el exceso de burocracia política: políticos en el Congreso, el Senado, en las Comunidades Autónomas, en las Diputaciones, en la Unión Europea, en las Embajadas…Todos ellos con sus correspondientes asesores, agentes de seguridad y demás gestores de bagatela.
Los mayores no estamos en la lista de la caridad. Así nos vemos en los pueblos. Necesitamos una asistencia sanitaria más próxima; una ayuda domiciliaria para los necesitados; una economía sostenible para los Centros de Mayores donde, además de ser centros de tertulia, se puedan ejercer otras actividades de rehabilitación y convivencia; unas residencias que disten de ser almacenes de permanencia… No sé como se podría mitigar de alguna manera las soledades de gentes mayores en esas casas abiertas a la vida sin otra ocupación que el “estar” como vegetales sin “ser” personas. Este encargo lo lleva a buen puerto, entre otros, el párroco D. José que lleva a las gentes su saludo entrañable y su ayuda desinteresada. Una chimenea encendida, unas ventanas abiertas son un “cum laude” a la esperanza de vivir de esos mayores. Eso si con una vida digna.
Nos suben las pensiones un 0,25 por ciento. Pues que se lo guarden.