Historias vividas
En medio de una primavera exuberante, extasiada en esta orografía de pinares envueltos en polen, rememoro tiempos lejanos no vividos por mí, pero sí analizados en los libros de historia.
Por estas tierras, en esta época del año, pactaban los rebaños llegados desde las lejanas tierras de Extremadura. Cómo diría Bécquer en sus rimas respecto a su arpa olvidada, yo he descubierto la existencia de un escrito mío“en el ángulo oscuro, silencioso y cubierto de polvo”. En Neila, hemos rememorado, con todo lujo de detalles, la vida de la trashumancia de los rebaños de ovejas merinas. Y entre los numerosos actos, figuraba la despedida de los pastores hacia tierras extremeñas. Yo, como si fuera una actriz, asumo el papel de la mujer de uno de ellos, y así formulé este acto del adiós en alto, ante un micrófono. Resumo la idea de esta separación tal y como se vivió en centurias. No es baladí que El Honrado Concejo de la Mesta de Pastores fuera creado en 1273 por Alfonso X el Sabio, reuniendo a todos los pastores de León y de Castilla para otorgarles privilegios, tanto a los pastores, como a sus rebaños a través de las Cañadas Reales.
Es el primer domingo de octubre cuando los pastores inician el camino hacia Extremadura. Y la despedida se vive ya enfilado el rebaño por las veredas y cordeles, al encuentro con la cañada. Digo: “Una vez más, un año más, llega la hora de la despedida de pastores y rebaños. Aún queda suspendido en el aire el abrazo que os dimos al llegar, y así de golpe, os damos este otro abrazo del adiós. En estos momentos, nos dejáis unas caricias apresuradas para los hijos, y unos consejos tardíos para ir tirando de la economía familiar. Algunas de nosotras, vuestras mujeres, llevamos en el vientre el germen de un nuevo embarazo como resultado de una respuesta generosa a vuestra hombría. Cada día amanecerá cargado de incertidumbre, por la marcha del rebaño, una jornada tras otra, sin descanso, en estos treinta días de camino, los pies a rastras rayando el suelo tras el paso menudo y cansino del rebaño. Vuestro despertar en la dehesa se hará en las madrugadas entre balidos de ovejas, mansos y corderos; ladridos de mastines; aullidos lejanos de lobos; sonidos metálicos de cencerros; voces en los hatajos y el rumor del viento entre las encinas. Unos papeles rayados os llevarán noticias envejecidas del pueblo, de la mujer y los hijos, y de toda la familia… Nuestras noches viajarán hasta los chozos y chozuelos que os cobijan en tierras extremeñas. Barruntamos la dentellada de la soledad que llega, sigilosa y negra. Estamos solas, sin protección civil, ni legal, y sin otro amparo que el tejado de la casa que nos cubre, y nuestra propia fortaleza. Quizá, al regreso, os encontréis con el nuevo hijo nacido en un parto ahogado en nuestros propios gritos, sin otra ayuda que la solidaria atención de las vecinas. Entonces nos reencontraremos con la emoción contenida porque todo ha ido bien. Nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y por generaciones, conocerán nuestros trabajos, y recordarán, con enorme gratitud, a los pastores y a sus mujeres, que, con tantos sacrificios, hicieron del pastoreo trashumante una forma de vivir”
Siempre se han comentado las penurias vividas por los pastores en la dehesa extremeña. Cierto. Pero las mujeres solas, con la incertidumbre de llenar el puchero vacío, y abrigar el invierno para tantos hijos, no fueron menos desdichadas. Habrá que ubicar su vida en la Historia de la Trashumancia.
Guadalupe Fernández de la Cuesta.