La incertidumbre de este nuevo año
Para iniciar el paso al nuevo día del Año Nuevo hemos batallado en Neila, mi pueblo, contra toda una suerte de adversidades dignas de contar.
En este año de la pandemia del coronoravirus, con las familias separadas y los abrazos y besos estrangulados a codazo limpio, las casas cobijaban el aliento de sus escasos moradores para preparar un evento especial para esa Nochevieja. Estaba cocinándose, además de ese menú especial para la despedida de año viejo, una”videollamada” con los hijos y familiares ausentes. El sonido de sus voces y su imagen empequeñecida en la pantalla del móvil, había sido el motivo de un aderezo personal para suscribir la emoción del momento. La calefacción se había programado al máximo para animar al calor del cuerpo contra el frío de esa nevada que coronan los perfiles montañosos de blanco lunar. No iban a faltar los programas de televisión con sus presentadores habituales para trasmitir las campanadas desde la Puerta el Sol de Madrid. El reloj dejaba un poco de tiempo para ese final de la Nochevieja y sus campanadas. Mientras tanto, el estado de ánimo se enlazaba con la situación prevista para vivir esa noche especial con especial emoción, y la vista puesta en las sillas vacías de los familiares ausentes.
Pero ahí llega una situación insospechada y no predecible. Poco antes de las veinte horas del día 31 de diciembre de 2020, se va la luz. Y el servicio de telefonía móvil. Los diversos sistemas de calefacción que requieren energía eléctrica se apagan. Las cocinas de placas eléctricas dejan los guisos especiales sin hacer. Cabe la esperanza de un arreglo de tal desaguisado en el suministro de la energía eléctrica para antes de las doce horas. Va pasando el tiempo y hay que prepararse para lo peor. Y lo peor llega. No va a suceder nada de lo previsto, pero hay recursos para salvar esa situación inesperada, pero no trágica. Hay casas donde las chimeneas encendidas y sus rojas brasas se transforman en una especie de aquelarre con sus artes mágicas celestiales. Existe un reloj que, afortunadamente, funciona. Y las doce horas del año que se va, se pueden cantar enumerándolas en cada minuto trascurrido, al compás del golpe de almirez en un mortero; o de una cuchara en un vaso de cristal; o con golpes de pandereta…Ya no se verán ni a la Pedroche, ni Ana Obregón, ni Anne Igartiburu animando al personal con sus tontas diatribas. El Año Nuevo sigue con su noche oscura hasta las cinco horas de la mañana. Se puede sacar rendimiento en estas infortunadas situaciones. Nada es del todo malo, ni bueno. La luz de la felicidad compartida otea en el horizonte.
No vivimos la “Noche Oscura del alma” de San Juan de la Cruz. Tenemos recursos para aliviar las nubes negras de una pandemia que nos ha oscurecido el cielo de la esperanza. Las personas mayores tenemos la lección aprendida en nuestro camino del vivir. Y en este aprendizaje hemos merecido la maestría en la relación con las otras personas y con el entorno. Todo ello invade nuestro campo emocional en el mundo de los afectos positivos, no siempre comprendidos ni valorados. Los pueblos, volverán a resurgir para salvar a los humanos de epidemias, y de un cambio climático insostenible del planeta Tierra.
En este año de tanta incertidumbre, me nacen del alma los mejores deseos de una vida sosegada y feliz. Para todos.
Guadalupe Fernández de la Cuesta