Después de hacer el recorrido en un trayecto poblado de pinos y hayas ornando el paisaje primaveral, fui a tomar un café mañanero en el bar. Allí me encuentro con un amigo entrañable que me presenta a una mujer de semblante sereno y con una sonrisa en el rostro como respuesta al lenguaje de mi saludo. No sabe español, dice mi amigo, es ucraniana. Ante mi sorpresa, se inicia una conversación en inglés entre ambos a la que asisto con mi supina ignorancia de esta lengua. La idiosincrasia de las personas conocedoras de idiomas de carácter universal es singularmente atractiva para mí. Envidio su capacidad de recibir y dar mensajes no filtrados, sino reales, con gentes de otros países porque saben unir los fonemas y el lenguaje gestual en un único contexto. Son ciudadanos del mundo. Estoy a la expectativa de su traducción. Me dice que se llama Oksana, que tiene dos hijas, Alisa y Orysa que están con ella. También su madre Natalia se encuentra a su lado. Y la protagonista de esta historia me copia en papel los cuatro nombres para que conozca su grafía original. Seguimos el diálogo en triplicado lenguaje fonético, y gestos emotivos.
Mi amigo me cuenta una historia que es el reflejo de la solidaridad humana instalada en nuestra tierra. Este relato tiene unos inicios que nos retrotraen a los últimos alientos de existencia de la URSS. A Quintanar de la Sierra llega desde Bielorrusia, un grupo de danza de gran prestigio y alta calidad que se hizo eco en toda la comarca con representaciones varias. Aquel extraordinario éxito supuso una estrecha relación de los bielorrusos participantes y los vecinos de Quintanar. Algunas de esas interrelaciones germinaron en unos lazos de intima amistad a través de todos estos años transcurridos desde aquel evento cultural. Cuando estalla la invasión rusa en Ucrania, ese afecto y apego cariñoso se traduce en una llamada de uno de ellos a su fiel amigo de Quintanar. Le pide el rescate de su familia atrapada en el país invadido por Putin y sus adláteres. Este pinariego no tiene dudas en la decisión adoptada: él y su mujer irán a Austria, lugar predestinado para recibir a los exilados y, desde esas tierras lejanas, traerán a los rescatados hasta Quintanar. Así se hizo. La acogida para esta familia se ha hecho realidad hace unos dos meses y conviven en perfecta armonía y mucho cariño entre todos ellos. De esta manera intentan paliar, en lo posible, el dolor insoportable por la destrucción de sus pueblos y ciudades en tierra querida, Ucrania, y la ausencia de tantos compatriotas muertos. Esta actitud solidaria puede germinar en un encuentro con un modo de vida sostenible.
Escribo esta vivencia como un dato más a añadir a todos los ucranianos refugiados en nuestra Tierra de Pinares con un encomiable acogimiento y ayuda altruista de todos sus habitantes. Este sentimiento de hospitalidad hace creer en la humanidad de las personas. Aunque existan seres perversos que piensen lo contrario. La guerra es una masacre donde se matan a gentes que no se conoce para el provecho del que sí conoce a los que desea masacrar. Contra los tiranos, lecciones de solidaridad.
Guadalupe Fernández de la Cuesta.