viernes. 22.11.2024

Llegó la nieve

Han sido los días de enero generosos en la calidez de las solanas donde se han abrigado las gentes ávidas de la tertulia y del reencuentro social.

Llevábamos demasiado tiempo cobijados en una sequía que ha dejado su huella en unos paisajes indescriptibles: pantanos sin agua; arroyos inexistentes; el pinar sin el verde en sus sombras… ¿Hasta dónde vamos a llegar? –nos hemos preguntado muchas veces-. Y llegó, al fin, esta colosal nevada en los inicios del mes de febrero. Un temporal que hace tiritar a las paredes de las casas. Pero nos alegramos por estas precipitaciones que volverán a llenar los  pantanos semivacíos y a recorrer los cauces sedientos.

Llevo grabada en mi memoria los ecos sordos del tañido de reloj de la torre del ayuntamiento cuando en la noche advertían de la espesura de la nevada. Al levantarme, desde la ventana de la cocina, mis ojos desmesurados exploraban la lisura nacarada del paisaje y los perfiles de los tejados desfigurados por las barrigas inmensas de los ventisqueros. Colgaban de las tejas de las casas y de los pajares unos “chupeletes” desmesurados de hielo cristalino. Para ir a la escuela mi padre abría un camino con la pala con mucha determinación. Yo acudía a la clase donde la lumbre y su humareda entretenían al frío que no se apartaba de nuestras manos y pies. 

Los mayores observaban con inquietud los cielos de plomo y las noches de raso. Quitar la nieve de la carretera era prioritario. Un bando municipal ordenaba que una persona de cada vecino, mujeres y hombres, dispusiera de sus fuerzas, de sus palas y otras herramientas para dejar expedita la calzada. Por ese canal de comunicación renqueaban el coche de línea, algún camión y coches atrevidos. Atrapados por las dificultades de nevadas, los hombres tiraban de pala para limpiar las calles lanzando al aire algunas jaculatorias obscenas. 

Viendo caer los copos de nieve tras los cristales evocamos otras nevadas, otros recuerdos de paisajes blancos sin poesía, otros desafíos a la incomunicación, a la cotidianidad del vivir. Estos enredos de la memoria me acercan a la gente de los pueblos donde los inviernos tejen una envoltura de soledad, sobre todo en las personas mayores. No puedo por menos que mencionar al panadero de Huerta de Arriba que arrastra una cuenta de muchos años para llegar a los pueblos por carreteras desconocidas por las máquinas quitanieves. Son caminos olvidados por la Junta de audaces de Castilla y León. Otro tanto digo de Sandra, que apuesta por llevar todas las viandas posibles hasta Neila desde Vilviestre. Ellos mantienen la esperanza del vivir de los vecinos que rompen por un rato la soledad para salir al encuentro de la charla.

Tengo un reconocimiento emocionado para todas aquellas personas que dignifican la vida rural: los médicos, los que traen los medicamentos, los curas párrocos, los que llevan a los niños a los centros educativos… Todos, desde su voluntad y esfuerzo, llevan un buen trozo de felicidad a la vida de las personas que habitan los pequeños pueblos agazapados en la sierra, luces desmayadas en las noches de invierno. Llevan cargadas en sus mochilas una existencia digna para los pequeños pueblos y el alivio de una soledad que, a veces, hiela el alma.  Quiero mandar unas palabras de profunda gratitud y cariño para todos aquellos que salen al encuentro con las personas y no miden su trabajo en un rendimiento económico plausible, sino la ayuda responsable y solidaria.

Hay mucha gente comprometida con la vida rural. No os olvidamos. 

Guadalupe Fernández de la Cuesta 

Llegó la nieve