Lo que nos rodea
Estoy escribiendo pasadas veinticuatro horas de mi deambular junto a las lagunas Negra y Larga de mi pueblo, Neila.
Como diría el poeta Antonio Machado “se hace camino al andar” yo llevo escrito en mi memoria muchos encuentros en este paraje idílico. Son su aguas testigos indelebles de recuerdos adolescentes y de juventud cuando nuestra peña programaba su visita para el disfrute de todo el día en soledad. No se disponía de accesos por carretera y la subida desde el pueblo la vivíamos como un glorioso estallido de pinos en una orografía de montes lejanos, como nuestro futuro. Nos veíamos como el joven Narciso que, según el mito griego, era tan hermoso que se enamoró de sí mismo cuando vio su figura reflejada en el agua. Nuestro egoísmo en las conductas se menguaba con la “obediencia debida” a los padres, maestros, personas mayores y a todo cuanto suponía un orden .social.
Ahora a las personas mayores nos recomiendan un narcisismo razonable para ahondar la estima personal en las relaciones sociales. Pero sin pasarnos. A veces, y no faltan razones, se vincula a las gentes de edad con un exceso de egocentrismo vinculado a un saber inquebrantable de todos los conocimientos reales o ficticios. Dotados de este patrón general de grandiosidad, sentimos la necesidad de admiración y nos creemos capaces de dictar sentencias: Para qué llevar mascarillas… Por qué no nos podemos agrupar la gente… Tenemos libertad de viajar… Somos mayores y nadie nos va a mandar. Y menos un “virus”. La virología es una ciencia reciente. Los “virus” fueron descubiertos y analizados por famosos investigadores a finales del siglo XIX y primera década del siglo pasado. Ahora, un coronavirus se ha familiarizado, y mucho, con el engranaje celular de los seres humanos y va navegando al viento de las personas irresponsables que les abren la puerta a una posible contaminación. Tenemos aire puro y no necesitamos más, dicen los sabedores de la nada. Es cierto que la mayoría hace uso de su mascarilla y distancia de seguridad. Sin abrazos, ni besos sonoros a los que añoro tanto.
A nuestros pueblos llegan las gentes de toda geografía hispana y se abren las puertas y ventanas de las casas vacías. Las calles se van llenando de paseantes, sobre todo los fines de semana. Nuestros jóvenes se unen en “manadas” de comensales de alegres barbacoas, pinchos, pipas, con la alegría disparada en abrazos sin ser conscientes de la posible contaminación Los restaurantes y bares cumplen con sus obligaciones en medio de muchas dificultades para promover el aislamiento consignado por las autoridades sanitarias. Pero a este entramado de actitudes se le responde, a veces, con unos comportamientos irresponsables. Nos debemos una respuesta personal a estos rebrotes del coronavirus. Debiéramos ejercer como rastreadores de conductas inapropiadas, y denunciarlas sin paliativos. Nos va el futuro de la salud, del turismo y de la economía rural. Seremos partícipes de conductas ejemplares y de repoblar la España vaciada
Creo en la esperanza del vivir con sosiego en nuestra tierra. Como dice Miguel de Unamuno: “Hoy del recuerdo/ solo me acompaño/ Recuerdo de esperanza/ Y me imagino/ que al fin vendrá la paz/ a mi destino”.
Guadalupe Fernández de la Cuesta