Las cocinas de leña, las chimeneas u otro tipo de calefacción transfieren a las casas la calidez de un refugio envolvente, maternal, casi uterino. Caen las horas soñolientas mientras distraemos el tiempo viendo en la tele alguna serie, concursos o el telediario plagado de noticias trágicas de guerras u otros acontecimientos o actitudes repugnantes. Echamos la manta en la cama para arropar al sueño, a veces rebelde, y esperamos ver la luz del día en el amanecer que se ha adelantado con el cambio de hora. El paisaje se muda a un lenguaje de frio que se escribe en el termómetro en grados descendientes hasta llegar a bajo-cero. Aparece el lirismo de los colores otoñales e imaginamos la belleza de la nieve en el pinar trepando por entre los troncos y ramas. Toda esta poesía suena a música celestial cuando no se va bien pertrechado con ropas de abrigo.
Soy de naturaleza friolera. Como tantos otros. Sé que no es una cualidad atractiva pero ya va siendo hora de que los arrecidos tengamos voz y ventilemos de una vez la vergüenza que sufrimos por taparnos hasta los ojos cuando caen las temperaturas en su viaje al invierno. O cuando vemos que el viento sopla del norte y las nubes plomizas oscurecen el cielo. Entonces nos tapamos con esa ropa guardada “por si acaso” y vamos por la vida de agoreros. Aún me asombran esa gente que apenas cobijan sus cuerpos con abrigos y calzan los pies con medias y zapatos finos mientras los ateridos vestimos calcetines gordos y botas. Me asombran también, aún sabiendo de los calores de juventud, las chicas que combaten al frío con el tórax abombado por los “plumas”, la bufanda al cuello, las botas altas, los pantalones ajustados y la cintura a la intemperie. Los que cargamos con la tiritona a las espaldas somos unos pasmados, débiles, encogidos, sinónimos todos ellos de temperamentos débiles y pusilánimes. Ya es hora de defendernos. Nuestros cuerpos son agradecidos al calor: “Ande yo caliente y ríase la gente” decía Quevedo.
Hay otro frío del alma que no sabe de remedios inmediatos. Es un hueco oscuro. Es el vacío que silencia las palabras y ahuyenta los deseos. Es el recuerdo. Es el abrazo a la nada. Es la desesperación. La felicidad no es la ausencia de problemas, sino la capacidad de afrontarlos. Priorizar la salud mental es cuidar el bienestar emocional y psicológico que nos lleva a una mejora en la salud física y social. Todo ello afecta a la forma en que pensamos, sentimos y nos comportamos. Sin una buena salud mental es difícil gestionar los desafíos diarios en los comportamientos sociales y privados que pueden tener consecuencias negativas en todas las áreas de la vida. Ahora estos “fríos” tan dolorosos del alma van aflorando y entran en el calor social comprensivo y humanizado con la ayuda de una Asistencia Sanitaria especializada. El éxito en la vida se mide por los obstáculos superados con la mirada al cielo.
Guadalupe Fernández de la Cuesta