no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, y algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”
Este inicio del libro de D. Quijote de la Mancha lo conocemos de la escuela aunque entonces no pasáramos de las primeras páginas. El libro que yo manejo es de la editorial Ramón Sopena, S.A. Lo refiero aquí porque incluye aclaraciones al pie de página que ayudan, y mucho, a comprender las descripciones, diálogos y, en definitiva, la narración de las aventuras mordaces y divertidas del ingenioso hidalgo de don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza. Todo es empezar. Leer a Cervantes no implica tanto embrollo. En este libro que yo manejo aclara, por ejemplo, como el hogar del Quijote es…“la de un hidalgo pobre. Lanza en astillero muestra que no la empleaba; adarga antigua indica que no renovaba su armamento, y las redundancias de rocín flaco y galgo corredor dicen de lo poco que podía alimentar a sus animales domésticos”… La comida era su preocupación dominante. Los “duelos y quebrantos” era la pitanza de los sábados: una típica comida manchega a base de huevo revuelto, chorizo y tocino de cerdo. O sea que esos días no iba mal comido.
En nuestra tierra manejamos con soltura el lenguaje cervantino. Se habla con propiedad, con ese sentido común que ubica a cada palabra el lugar que le corresponde en cada contexto. A las palabras las dotamos de cuerpo y alma, que es lo mismo que decir, “significante” –los fonemas que emitimos- y “significado” lo que deseamos expresar. Y lo hacemos con soltura, y nos servimos muchas veces de un lenguaje gestual por si acaso no entienden nuestro discurso.
Ambos, significante y significado, conforman el signo lingüístico que desde la Prehistoria nos permite la comunicación entre los seres humanos. Estas palabras, tan sensibles ellas, sufren todo tipo de travesuras y excesos con transgresiones insoportables en el lenguaje hablado y escrito. Muchas feministas atribuyen connotaciones sexistas a numerosos vocablos capaces de conducir, por sí mismos, a la superioridad del hombre sobre la mujer. Se ha recuperado el género femenino para los nombres de profesiones ejercidas en exclusividad por varones y que ahora comparten mujeres en igualdad de trabajo (¿y de salario?). Existen ingenieras, abogadas, arquitectas, mineras…
Cuando se violenta a los géneros gramaticales de algunas palabras provocamos una modificación del significado de forma sustancial: Yo no quiero ser “individua”, por ejemplo, ni “miembra” de ninguna Comisión. Puestos a dirimir sexos diríamos: “testiga” “pacienta” “soldada”… “taxisto” “atleto” “pianisto”… El brazo es un miembro del cuerpo, ¿Y la mano, miembra? ¡Cuánto disparate!
El remedio a tanto dislate pasa por la lectura Y si es el Quijote, mejor. Una manera divertida de celebrar el cuarto centenario de la muerte de Cervantes.