Más allá de los buenos deseos

En estas fechas de espíritu navideño, tal y como reclaman los anuncios publicitarios, nuestro cerebro es una asombrosa biblioteca con los recuerdos hechos libros celosamente guardados en las estanterías de nuestro campo emocional.

De pronto, unas fotos, unas músicas de villancicos, unas comidas o un olor, nos lleva a unos momentos concretos de nuestras vidas donde las emociones, no siempre felices, permanecerán para siempre en la memoria. Esto responde a esa teoría de la magdalena del célebre literato y filósofo Marcel Proust. Un día de tristeza, este hombre tomó un te y un trozo de magdalena que le trasladó a los días felices de su infancia. Este hecho banal le lleva a vivir un momento específico de su existencia gracias al sistema límbico de nuestro cerebro que se ocupa de registrar nuestras emociones. Ese  sentimiento no es posible recuperarlo de forma consciente.

            El lenguaje onírico, como de ensueño, de nuestros días de navidad vividos, no se corresponde con la realidad actual de unas fiestas navideñas puramente comerciales. La felicidad se compra en regalos varios, incluidos los de Papá Noel y de los Reyes Magos. No digamos  las comidas estrafalarias, tipo Master Cheff, que nos publicitan para los encuentros familiares, no siempre posibles o imposibles. Las luces de los Árboles de Navidad y otros elementos luminosos tapan las ciudades con la manta de la soberbia. A ver quién da más. Y nos suenan a hueco esos deseos programados de “Felices Fiestas”, “Feliz Año Nuevo” como parte de un engranaje tecnológico. No se permite el paso a esta tienda de celebraciones a las gentes de escasos recursos, ni a los que sufren ausencias dolorosas, ni a esos niños ausentes de una paternidad responsable, ni a personas contrariadas por tanto evento.

            Estas fiestas celebran el Nacimiento del Niño Jesús. Eso hay que recordarlo para creyentes y no creyentes. Es algo que se olvida en toda este negocio comercial. La verdadera felicidad cuesta poco. Si ocasiona mucho gasto no es buena. Y la sensación de bienestar se puede ofertar como un artículo maravilloso: cuanto más se intenta dar a los demás más le queda a uno. El modo más seguro de vivir felices es hacer la vida agradable a los demás.

            Mis deseos son de mucha felicidad para todos. Pero quiero ir más lejos. En pueblos presumimos de amistades nobles hechas a yunque y martillo. Aún así, no está en nuestro vocabulario el decir que nos queremos. Suena a actitudes amatorias. Yo suscribo el consejo de Amado Nervo: “Sueña que vives amando/ que es tu sólo fin amar/ y sueña que, sin cesar,/ vas los bienes derramando/.”

            En estos momentos me nace una emoción contenida. Porque es mi deseo poner en palabras unos sentimientos que nunca he escrito: Os quiero. Sois mi gente, mis paisanos. Como la magdalena de Proust, la imagen de nuestra tierra y sus gentes son el recuerdo imperecedero de muchas navidades que habitan en mi campo emocional. A las personas que queremos les deseamos la mayor de las felicidades. Así es. Os quiero.

 

                        Guadalupe Fernández de la Cuesta