Mi mensaje a los pueblos olvidados
Queridos pueblos olvidados: Decía Miguel Delibes que el hombre está relacionado con la Naturaleza y no con los bloques de cemento de las ciudades.
Amaba la vida rural y su numerosa bibliografía así lo demuestra: “El camino”, “Diario de un cazador”, “El disputado voto del Sr. Cayo”, “Los Santos Inocentes”… Pero la realidad actual dista mucho de estas predilecciones de nuestro gran escritor. Expiran los días veraniegos y en vuestras calles, queridos pueblos, se van haciendo hueco las soledades y el silencio. Atrás quedan las bullas festivas que han inundado de luces y voces las casas y calles así como los reencuentros y despedidas de los vecinos y familias emigrantes. Hemos grabado en nuestro cuerpo y alma las caminatas desmedidas por lugares donde anidan tantos recuerdos pasados y estos paisajes de sueños y luces que asombrarían a más de un incondicional de las playas abigarradas de sombrillas y cuerpos al sol.
Sois vosotros, los pueblos, los que nos habéis dado identidad de pueblerinos: unos seres humanos dotados de una sensibilidad y fortaleza capaces de perforar los horizontes más sombríos y apesadumbrados. Hemos aprendido en vuestras escuelas y en la naturaleza el respeto que nos debemos todos, incluidos los animales, tanto domésticos como salvajes. Os debemos vuestra generosa ayuda para ser personas que “vemos” las plantas, los árboles, los arbustos… Que sabemos discernir el piar de los pájaros y las huellas de los animales. Que olemos los aromas de los bosques de pinares, de robledales, de hayedos… Que conocemos el nacimiento del agua en fuentes y manantiales. Que escuchamos las berreas celosas de los ciervos y observamos atentos las “camas” de corzos, “bañas” de jabalíes y rastros de zorros y demás animales salvajes. Que vibramos al montar los caballos y arrear rebaños de cabras y ovejas. Que cuidamos cerdos y gallinas y entendemos de remojones y nacimiento de pollitos. Y tantas cosas…
Ahora nos envolvemos en la ostentación de vuestros paisajes para meditar sobre tanto abandono de tierras, prados, huertas, corrales, tenadas, senderos y cuanta vida proporcionasteis a nuestros antepasados tan lejanos y a la vez tan próximos. Sois un punto en el mapa con un nombre y poco más. Hasta vuestros destinos llega una rayita apenas visible que es esa carretera de acceso con escaso mantenimiento y casi nula señalización. Todas vuestras gracias, hechizos y bellezas son ignorados en los paquetes turísticos, aunque seáis “Parques Naturales” con títulos ostentosos. No os llega el alivio de una cobertura de Hifi, ni un eficaz discurso de los políticos de turno que niegan la viabilidad de los pueblos que luchan por sobrevivir. “Pa que”, como diría el humorista José Mota. Ahí estamos.
Os escribo esta carta en el final del verano cuando las puertas y ventanas de las casas ciegan la entrada a la luz del sol y el silencio se adueña poco a poco de vuestras calles. Es mi deseo desenterrar ese sufrimiento inmerecido por la lucha a tener vuestro nombre en el mapa con un futuro a preservar. Esa batalla la deben ganar vuestros ayuntamientos y alcaldes que no se deben dejar vencer por arbitrarias e injustas normas de leguleyos y prebostes de la política.
No os olvida
Guadalupe Fernández de la Cuesta