Mujer de pueblo
Conocemos por experiencia las connotaciones que arrastran estos dos sustantivos unidos en un solo sintagma nominal: Decir mujer pueblerina suena a provocación, a insulto, a desafío, a una risa fácil.
Conocemos por experiencia las connotaciones que arrastran estos dos sustantivos unidos en un solo sintagma nominal: Decir mujer pueblerina suena a provocación, a insulto, a desafío, a una risa fácil. Algunos humoristas disfrazados de mujeres ataviadas con atuendos estrafalarios y gestos extravagantes hacen un buen acopio de escenas chistosas poniendo en sus bocas palabras altisonantes con tonos proclives a la hilaridad y a la burla. Un ejemplo de todo esto lo personifica muy bien un cómico disfrazado de “la Blasa” con pañuelo a la cabeza, toquilla, falda y delantal con hechuras grotescas e inadecuadas que grita y gesticula con aspavientos mientras camina con pasos bruscos y desmedidos. Así define a la mujer del mundo rural. Las que somos de pueblo distamos mucho de esos estereotipos, no sólo en el contexto actual sino en el pasado. Esa fama de paletas atrae a la burla de todos aquellos que ignoran la historia de la valía de las mujeres que han trazado el curso de sus vidas en un ambiente rural lleno de dificultades, con duros trabajos a sus espaldas y escasa comprensión y ayuda.
Hasta mediados del siglo pasado muchas mujeres se han visto sometidas a una brutal soledad en esos meses de la trashumancia de los rebaños merinos a Extremadura o en el peregrinaje de los carreteros con sus cargas de madera y otros productos de la zona hasta lugares del Cantábrico o de la extensa Meseta Castellana. La Historia (con mayúscula) siempre ha descrito la pobre vida de los pastores trashumantes o la de los hombres que arreaban a los bueyes con sus preciadas carretas. Las verdaderas heroínas de estas ausencias prolongadas de sus maridos, padres o hijos eran las mujeres. Unas personas sin derechos y con todos los deberes. Esos deberes no quebraban en esos tiempos de soledad. Había que atender a las tierras, a los animales que pululaban por la casa o alrededores. Había unos hijos a los que cuidar. Los duros fríos del invierno no sabían de soledades así que era necesario cargar la leña para alimentar las lumbres, cuidar las ropas y atender los pucheros… En esas circunstancias podría suceder un acontecimiento casi esperado: el nacimiento de un nuevo hijo. Y ahí estaba el vástago agarrado al pecho de la madre y muchas horas cargado a sus espaldas. ¿Y los derechos? Ninguno. Hasta la década de los setenta hacía falta permiso del marido para abrir una cuenta bancaria donde ingresar el sueldo de la mujer. Haría falta un Homero para describir a tanta heroína rural. No descarto a los héroes troyanos, esos hombres que como Aquiles, Ulises, Héctor… han tejido con sus grandes hazañas la historia de nuestros pueblos. Pero hoy toca reivindicar a las mujeres.
Cabe decir aquí la copla zarzuelera: “Si las mujeres mandasen, en vez de mandar los hombres, serían balsas de aceite, los pueblos y las naciones”. Para desgracia de los seres humanos no sólo no se contemplan las cualidades de las mujeres en igualdad de derechos y deberes que los hombres sino que persiste ese machismo, a veces cruel, en estos tiempos donde no hace falta demostrar otra valía que la de saber compartir con inteligencia y generosidad el camino de la vida. ¿Por qué no abordar el tema de la despoblación del mundo rural con una participación mayor de mujeres? La memoria de nuestras madres y abuelas así lo pide. Con todo el respeto.
Guadalupe Fdez. de la Cuesta