No hace falta rebuscar en la memoria para encontrar aquellas costumbres de guardar todos los enseres de casa usados y viejos en el desván, en arcones y baúles, por si era necesario su nuevo uso. Es en estos lugares donde, a veces, se tutela a“los viejos” porque ya no son de mucha utilidad, pero hay que mantenerlos. Ahora, afortunadamente, cobra realidad ese número de personas asistidas lejos de su identidad personal que son vacunadas contra el coronavirus por su alto índice de mortalidad. Yo soy una persona mayor donde las emociones anidan en los recuerdos que, en nuestras elucubraciones, los percibimos muy ajenos a las conductas actuales adentradas en un uso tecnológico abusivo. Debíamos todo el respeto a la dignidad de nuestros antecesores. “A nuestro parecer -como diría Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de su padre- cualquier tiempo pasado fue mejor”.
En los pueblos de escasos vecinos, habita un porcentaje elevado de gente anciana (así nos nombran). Con demasiada frecuencia, las luces de las casas iluminan la vida de una sola persona. Es invierno y sabemos mucho de nieve y hielo del que tanto presume la ola de frío “Filomena”. Todo el entorno aviva el campo emocional de un encuentro con la naturaleza en blanco. Y rememora los recuerdos de los lugares donde se ha forjado la vida de esa persona sola, generosa y valiente. Pero la “soledad” se escribe con letras mayúsculas. Existen los pulsadores de “Teleasistencia domiciliaria” en forma de colgante o pulsera para casos de extrema gravedad. Esos pulsadores no acarrean comida, ni medicinas. Ni dialogan. Una asistencia social eficaz, en lugares sin tiendas, la realizan, por ejemplo, los panaderos de Quintanar y de Huerta de Arriba que llevan cada día el pan hasta la proximidad de las casas. Y el camión de Roa que traslada toda suerte de alimentos. Y las furgonetas de Los Congelados. Y aquellos vecinos de los pueblos dispuestos a cubrir las necesidades más perentorias. Para todos ellos dejo escrita mi enorme gratitud.
Pero la soledad se agranda hasta extremos de un peligro insalvable cuando la nieve y el hielo imposibilita la salida, ni siquiera a la puerta de casa, a todas aquellas personas que llevan a cuestas una dificultad física acorde con la edad. Y viven solas. Y sus relaciones sociales en ese paseo compartido no se puede llevar a efecto por este crudo invierno, Ni es posible la asistencia al Centro de Mayores por problemas de la pandemia. Los pueblos no son geriátricos, pero todas las personas reivindicamos nuestros derechos humanos, incluidos los cuidados a los de edad avanzada. Allá donde vivamos. Sin un desván como cobijo. En el “corredor” de la vida de los pueblos no es un asunto banal la asistencia social a los mayores en asuntos indispensables para su subsistencia. Los Ayuntamientos y demás entidades políticas habrán de considerar que, detrás de cualquier progreso a valorar para el pueblo, están las personas con sus derechos. También los asistenciales.
Guadalupe Fernández de la Cuesta