Pastores por un día
En mi contexto vital anida ese lenguaje pastoril aprendido en la infancia y rememorado en el libro “Sombras de majadas”.
Así mis descendientes, encumbrados en la era tecnológica, podrán encontrar sus antecedentes en las cañadas de los rebaños de ovejas y de sus pastores con las alforjas al hombro. Estos hombres conocían muy bien el comportamiento de sus animales en su entorno grupal. Y sobre todo, sus necesidades. Los pastores sabían que la primera obligación era encontrar la orografía y el clima adecuado para la subsistencia de estos animales: carneros, ovejas, corderos… Y para los caballos de carga, que portaban el sustento y alivio en los largos caminos de la trashumancia. Hemos tratado de rememorar estos eventos en Neila durante unos años, equipándonos con los atuendos propios de pastores, de mujeres pueblerinas, de zagales… Tampoco me resulta novedosa la convivencia con las vacas, cabras, cerdos y gallinas y cualquier otro animal de buen hacer.
La ganadería está de moda. Y por ahí han estado algunos de nuestros políticos disfrazándose de pastores y pastoras para hacer la foto conciliadora con esa ganadería extensible, en un paraje campestre paradisíaco. Porque, dicen, la valía de los animales es la misma, estén donde estén. Pero ellos estiman no hacerse la foto con un hacinamiento de animales como fondo de pantalla en una macro-granja, dado que el disfraz de ganadero es el festivo. Y no quedaría muy bien ponderada. Lo importante es el lenguaje de la imagen. Y poder trasmitir, en unas interpelaciones espontáneas, un interés sólo publicitario por la ganadería y su industria. Eso lo consideran vital en estas elecciones de nuestra Comunidad Autónoma. Esta actitud me trae a la memoria un chascarrillo aprendido en mi infancia cuando vagaba en hacer los deberes. Me decía mi madre: Mira hija: “Lo primero y principal, es oír misa y almorzar. Y si el almorzar corre prisa, se deja la misa”. Y entonces entendía que había que emprender la tarea encomendada y no parlotear nimiedades. La misa, era importante. Pero la obligación me llevaba a hacer trabajos con la masa del pan, y poner las hogazas en la pala para meter en el horno y luego vender.
Ahora proliferan los sermones, las reprimendas y todas las artes de la soflama contra el adversario político. Las filípicas son constantes en asuntos ajenos al “almorzar” de los ciudadanos. No saben, ni se han hecho foto alguna en los centros de salud de nuestra tierra donde el abandono sanitario es desmesurado. Me atrevo a decir que es “sanguinario” porque su desvalimiento origina, a veces, los decesos no previsibles. Ellos, los del sermón, deben darse prisa en aniquilar el discurso del odio que ellos mismos hacen proliferar en nuestra sociedad a través de imágenes distorsionadas, y de una verborrea fácil en entrevistas y en las redes sociales. Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los alumnos pierden el respeto. Este razonamiento lo he expuesto muchas veces en mis tareas de maestra, cuando alguien se subía a las ramas de un poder malsano en clase. Todos los ciudadanos tenemos necesidad de conocer en nuestra clase política la concordia, la armonía, la cordialidad, y respeto. Deben tener como meta, en su bagaje político, una unión incuestionable en la defensa de los intereses de los ciudadanos, y no del partido político de turno. No al odio. Si a la solidaridad humana.
Detrás de cada noche amanece una aurora llena de luz. Eso espero.
Guadalupe Fernández de la Cuesta.