lunes. 25.11.2024

¿Por qué nos vamos?

No puedo expresar con palabras esta hermosa quietud de la naturaleza empapada del verde reciente de una primavera lluviosa,

con una floración que siembra de colores, casi obscenos, un paisaje de cuento. Contemplo ensimismada las crestas de las cumbres rotas por los desgarros de nieblas que impiden al contorno desnudar sus perfiles. A ratos, un sol mustio trepa por el cielo y abraza la sierra como una naranja de colores turbios. Tan sólo acierto a decir: ¡Qué maravilla! Unos espinos blancos me brindan sus flores de tul y las escobas exponen sus zapatitos amarillos para princesas cenicientas. Aún permanecen temerosas en sus capullos, las flores de la retama. Su explosión cubrirá de ámbar las laderas de los montes empobrecidos que llevan hasta los ríos reflejos de su galanura. Tanta belleza desmedida rompe los cánones de la contemplación porque mis sentidos no captan tantas sensaciones placenteras. El alma se achica y la emoción ahoga un suspiro. 
    Recuerdo caminos sinuosos, hoy totalmente desaparecidos, serpenteando por entre laderas empinadas hasta alcanzar las cumbres. Recorrer su trayectoria y trepar a las alturas es negar al horizonte su virtual soberbia de circundar el cielo. Allí, en la cima, con la envoltura del silencio, se  puede tocar la gloria con las manos. (En las tentaciones a Jesús, el demonio careció de estrategia: si en lugar del desierto, ofrece el paisaje de la sierra  desde cualquiera de sus cumbres a cambio de su “adoración” se lo hubiera puesto difícil). Recuerdo la siega a dalle de los prados y el olor a hierba reciente. Recuerdo los sembrados de trigo y centeno en tierras imposibles arrancadas a los barrancos. Aún se dibujan los perfiles de los bancales bajo los espinos y los herbazales. Recuerdo las parvas y la trilla con trilladora: la paja seca desparramada en los pajares y el trigo en los sacos redondos y abultados. Recuerdo el griterío de los niños en las escuelas: niños, niñas y párvulos. Son mis caminos cerrados como las puertas de las casas que se han ido vaciando de vidas por construir. Nos despoblamos a pesar de tanta belleza en nuestros paisajes y caminos; a pesar de la calidad de las maderas en nuestros pinos que ya no se comercian como tales; a pesar de nuestros trabajadores autónomos que dejan su huella en los ganados y la hostelería… Debemos manifestarnos en la calle para que los medios de comunicación se hagan eco de tanto abandono en lugares donde se podría generar empleo en asuntos tales como la limpieza de montes por los vecinos; un contrato de  pesca sostenible en las lagunas con guardas incluidos; unos ganados productivos…Y, sobre todo, un desarrollo turístico acorde con el entorno tan sublime  que nos rodea. 
    Abrir caminos a la vida de los pueblos es una tarea ardua, aunque no imposible. Hay gente en la edad del trabajo, rota por el paro, que desearía el pueblo para vivir. Haría falta información, cursos de reciclaje en Internet, apoyo logístico para hombres y mujeres, sin exclusión, con iniciativas para apañar una vivienda y un trabajo decente. Siento dolor por el latir de los pueblos sin futuro.
“Yo voy soñando caminos/ de la tarde. ¡Las colinas/ doradas, los verdes pinos,/ las polvorientas encinas!.../ ¿Adonde el camino irá?...” “En el corazón tenía/ la espina de una pasión; / logré arrancármela un día/ ya no siento el corazón. Y todo el campo un momento/ se queda, mudo y sombrío, / meditando. Suena el viento/ en los álamos del río.” A. Machado

Guadalupe Fernández de la Cuesta

¿Por qué nos vamos?