Una primavera histórica

En los libros de Historia quedará reflejada esta pandemia del covid 19 como un reflejo indeleble de nuestra condición humana, sometida al “quehacer” de un coronavirus.

 

 En esta primavera de 2020 no he vivido la emoción del estallido de todos los matices del amarillo de las retamas, ni el verde reciente cubriendo el paisaje, ni los pinos rasgando el cielo. Hablo en primera persona como desahogo a un confinamiento vivido en Madrid. El estado de alarma me sorprendió con la ropa puesta para el viaje a Neila pero no se pudo llevar a cabo. Llevo grabado en mi cerebro, desde que tengo memoria, todos los avatares vividos en una infancia y juventud compartida con los amigos, la familia, los vecinos... Éramos muchos, pero llegó la diáspora de los años sesenta y fuimos en pos de una vida urbanita donde se atisbaba un futuro más estable. Me tomo la libertad de hablar de Neila como una terapia a mi ausencia del pueblo en una primavera vital. Son casi siete mil hectáreas de una orografía muy conocida y recreada en mi imaginación con su extensa toponimia de nombres ancestrales. Son lugares donde escribo historias vividas o recreadas. En mi nostalgia dibujo a mi pueblo como un gigantesco “embudo” enmarcado por montañas en modo de anfiteatros glaciares,  con sus humedales y lagunas. Todas las aguas de fuentes, arroyos y ríos, confluyen en el poderoso Najerilla que aparece  en “La Cueva” como un río “adulto” y baila en la plaza, Su caudal entra en la Rioja y, como una daga, corta de un solo tajo un desfiladero  por donde sigue su curso y su nombre hasta el río Ebro.  En sus paredes se dibujan plegamientos, posiblemente alpinos, sobre materiales del periodo cámbrico inferior. Un paraje valioso para los geólogos o persona interesada en el tema. Mi niñez vivió la existencia de una laguna Negra muy recreada. Y por qué es negra, era mi pregunta. Y a esa niña de la familia le contaban  anécdotas de ese cantar de gesta de los “Siete Infantes de Lara”.En esa laguna “sin fondo” , me decían, Doña Lambra, la tía de los infantes, se suicidó.

Casi en el estreno de la década de los setenta se impulsó la construcción de la carretera de acceso a la laguna Negra. Y de unos refugios de pescadores y de un restaurante-refugio. Esas carreteras aumentaron el volumen de agua, muy escaso, de las pequeñas lagunas adyacentes. Todo ese tinglado era para favorecer la pesca. En los inicios del segundo milenio se reconstruyó el paraje anulando las carreteras. Afortunadamente, tanto la laguna Negra como la Larga, han mantenido su orografía intacta. Pervive, además, la planta acuática “Drosera” que es una planta en extinción. Desde esas fechas se sustituyó el nombre de Laguna Negra de Neila por “Lagunas Glaciares”. Se mantienen sus morrenas, su auténtico anfiteatro, y su particular singularidad. Como siempre.  Y somos “Parque natural”.

Entre mis “tontunas” escritas, guardo un poema del que transcribo unos versos: “Nuevos bríos estremecen las cumbres/ que arropan en su regazo a la Laguna Negra/ Surgirán vientres fecundos/ que revienten el silencio oscuro de mi tierra/, Quiero ser tu voz/ Quiero ser Neila”.

 

Guadalupe Fernández de la Cuesta