Nunca dejó sobras en los afectos ni a su familia ni a los amigos. Ha gastado los días dándose en generosa entrega a los demás, casi con despilfarro. En la misma medida, su apasionamiento por arrancar a su existencia rodajas de albedrío le llevó a una entusiasta guerra por defender sus parrandas ajenas a la ortodoxia convencional. En éstas le llegó el dolor reconocible de un infarto, afortunadamente, no severo. Cuando salió del hospital era un hombre humillado por las dietas, los medicamentos y la presión familiar que ha optado por vigilar la linde de las recomendaciones médicas. Su salud es excelente pero sus relaciones sociales se evacuaron por los desagües de la intransigencia a cualquier comportamiento que su familia considere nociva para su enfermedad. Paulatinamente él va aceptando su aislamiento sin percibir, creo yo, que está siendo objeto de un maltrato psicológico. A veces, los mayores son víctimas de una irremediable vigilancia de los hijos, u otros cuidadores, para que sigan escrupulosamente los consejos médicos (los prescritos y los de “por si acaso”) Estas actitudes los transforman en seres inútiles para tomar pequeñas decisiones. No sé si estamos en la orilla o en el centro de otra modalidad de maltrato.
Ha aumentado el número de pacientes con disfunciones psicológicas tras la fractura social que vivimos. Las cifras se acumulan en las macrocuentas de los ricos mientras el paro y los trabajos precarios conducen a la clase media hacia una exclusión social. Añadimos a esta lista las separaciones traumáticas de las parejas; la muerte de de un ser querido o cualquier devenir fisiológico que desgarre la armonía de ese amasijo químico cerebral que hilvana nuestras actitudes y emociones.
Según las noticias se ha elevado el porcentaje de personas que padecen depresión, ansiedad u otros tipos de trastornos psicológicos. La información no saldrá de las consultas de psicólogos y psiquiatras donde estos pacientes negarán haber asistido a sus consultas. Un enfermo “normal” puede presumir de sus dolencias crónicas y sus alivios, pero los otros, los de “la cabeza” son excluidos en su contexto social por su actitud incongruente con la vida real en la que nos desenvolvemos. Muchas veces, la soledad es la única envoltura a su brutal padecimiento cuando no la desconfianza y la burla. Miles de solicitudes buscan un hombro donde enjugar sus lágrimas. ¿Las vemos?
“Los que están siempre de vuelta de todo son los que nunca han ido a ninguna parte” (Antonio Machado)