Punto y aparte
Escribo esta vez desde el mundo de los afectos personales y el compromiso que me debo al arte de escuchar las reflexiones y sentimientos propios y ajenos.
Nos duelen las ausencias de las gentes en nuestros pueblos y el silencio abrumador de las calles y parajes condenados a escribir su historia de soledades. En estas oscuras premoniciones, en este vano deambular pueblerino, en estas tierras sin surcos de futuro, ocurre como en la noche que, cuanto más oscuro es el cielo, más brillan las estrellas. Uno de estos astros humildes pero luminosos, punto de encuentro de muchas miradas, tiene un nombre: José Álvarez, párroco de Quintanar de la Sierra y Neila. Es una persona que conoce la manera de saber escuchar con paciencia y de ayudar a las personas más vulnerables en la corta travesía de la vida. Se ha hecho público a través de este periódico la noticia de su despedida, el día 29 de agosto, junto a Isaac Hernando. Dos sacerdotes de las parroquias de Pinares: “José llevaba 15 años al frente de la parroquia de Quintanar de la Sierra, y también asumió la de Neila; e Isaac, dos años, como titular de las de Canicosa de la Sierra y Regumiel de la Sierra”
Mis palabras no llevan reflejadas las emociones cristianas de una asidua asistente a celebraciones litúrgicas, ni a fervientes rezos y meditaciones espirituales. Más bien soy una “pierdemisas. Se podrá emular el dicho: “A que fin y que santo vienen estos cordiales halagos. No hay de qué”. Nuestro encuentro y valoración como amigo surgió en la cordial tertulia de algún vermouth compartido con otras gentes del pueblo. Otras circunstancias debidas al tiempo y lugar nos ha llevado a disfrutar junto a él de una comida en el hotel de Neila. Ahí supe de su paciencia al escuchar con total llaneza la recreación de nuestras vidas, las de unos abuelos emparejados desde hace demasiados años. Este hombre es un gran humanista y mejor psicólogo. La solidaridad abriga todos los sentimientos y emociones y lleva el regocijo a personas necesitadas de aliento para vivir. Y don José, nuestro párroco, es pura definición de esta entrega solidaria. Su ayuda nos hace comprender todos los componentes sociales e individuales en las relaciones humanas. El lo lleva a la práctica con sus actitudes que van desde una llamada telefónica, a visitas al hospital, y a las residencias de mayores, y a lugares donde él lo cree necesario, dando una buena recompensa al vivir pueblerino. Su actitud comunicativa y presencial le ha llevado a esquivar obstáculos en la carretera, sobre todo abriendo huellas en las nevadas invernales con gran resolución. La esperanza es el único bien común a todas las personas. Ese es su mensaje. Y así lo ha inoculado en el corazón de las gentes a las que dado su inestimable colaboración en estos tiempos de pandemia.
Con los recuerdos recogidos en el quehacer de estos dos párrocos que se ausentan por obediencia debida, construiremos una estancia luminosa donde se compartan valores humanos y se cuele el arte de vivir juntos con armonía y concordia. Con esos materiales escribiremos nuestro futuro. Y con la iglesia abierta. Esta “pierdemisas” no desea acabar estos renglones de gratitud con un punto final. Sino con un punto y aparte. En una nueva andanada de la vida, quizá volvamos a gozar de la titularidad como párrocos de estos pueblos de pinares a los que ahora se deben ausentar.
Guadalupe Fernández de la Cuesta