Desde el respeto y la tolerancia
Se inicia la primavera en un contexto social ajeno al estallido de la vida en plantas y flores y en el verde tapizado de los montes.
Esta situación siempre nos ha abierto un camino a la esperanza en nuestro campo emocional. El lenguaje equilibrado escrito en el libro de la Naturaleza no se lee por parte de algunos políticos de categoría parlamentaria ajenos a ese sosiego de ciudadanos respetuosos y tolerantes. En mi experiencia del vivir traigo a la memoria un cantar de mi madre que ella trataba de reproducir a ritmo de baile. Decía en una de las estrofas; “Por la calle van vendiendo/ una camisa sin mangas/ sin cuello, sin pecheras, sin botones/ y sin tela en las espaldas”. La pregunta mía era inevitable. ¿Qué vendía? Nada, hija. Repasa bien todas las piezas de la camisa y verás que no existe. Sólo hay palabras sin sentido. No venden nada. Se miente para engañar.
Es la primavera proclive a las disfunciones del ánimo. Eso dicen los psicólogos. Este desequilibrio de la psique se aviva con esta situación pandémica y con los desajustes y exabruptos de algunos parlamentarios de los distintos ámbitos, Nacional o de las Comunidades Autónomas. No se consigue unificar criterios sanitarios, o de vacunación, o programas de confinamiento poblacional, o de otros deberes de la política. En este desajuste de la oratoria enconada, escuché un discurso próximo para todos aquellos ciudadanos afectados de unas situaciones anímicas lacerantes: una tristeza infinita; un insomnio obstinado; unas obsesiones y estados de ansiedad incontroladas; una soledad en estado de alarma... De pronto escucho, en boca del parlamentario Iñigo Errejón, los nombres de medicamentos muy familiares, sobre todo en personas de edad y hipersensibles. Los recita uno a uno: lexatin, diazepanm, trankimazin, valium…Y se dirige a la cámara para dar fe de la existencia de esas enfermedades de la mente, demasiado agravadas y extendidas a causa de la pandemia, y romper el silencio de unas enfermedades enmudecidas por el acoso y desprecio del entorno social. Y que el tratamiento de ese dolor silencioso se subsane a través de ayudas psicológicas o psiquiatritas en la Seguridad Social. La respuesta no se deja esperar: “Vete al médico”, le grita un diputado del PP con el aplauso de la mayoría de su partido. Es indudable, que en ese momento, el primordial significado de sus palabras es, como el que va vendiendo camisas, el insulto banal. Ignora lo que los ciudadanos padecen. Y carece de una mediana empatía con las personas a las que, se supone, trata de solucionar sus problemas. No valen sus disculpas, porque es imperdonable que un representante político olvide sus responsabilidades con esa burla a un sufrimiento demasiado común e incomprendido.
A veces, ciertos políticos, como las hayas, o el nogal, absorben el sol en sus magníficas copas y no dejan crecer otras plantas bajo su sombra. Por el contrario, es su deber labrar los surcos en la tierra donde puedan surgir a una vida digna todos los contribuyentes de su exuberante crecimiento.
Todos nos debemos respeto y tolerancia. Todos.
“No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena” Martin Luther King.
Guadalupe Fernández de la Cuesta