El reto de la adversidad
Gastamos las horas del presente en mercancía de futuro para cuando el tiempo cambie, o para cuando se mude cualquier otra circunstancia social o personal.
.Vamos surcando la vida sin detener la mirada en el cielo que nos cobija ni al suelo que sustenta nuestros pasos: Arre, arre… mi surco derecho, soberbio, bien trazado hacia el horizonte luminoso. Y la mirada del odio hacia otras siembras nunca paralelas y mal comprendidas. En la representación teatral de nuestra existencia, cada cual interpreta su papel según el guión de los comportamientos sociales afines a su cultura y a sus emociones. Y en el apartado de los valores éticos y morales uno se adapta a la escenografía del momento para no desentonar. Muchas veces se manosean sentimientos nobles y solidarios que sirven para construir el escenario de la hipocresía. Y así van trascurriendo los sucesivos actos del vivir.
De pronto, un cuchillo afilado, lúgubre, aterrador aparece en escena y lleva escrito en su acero el nombre de una enfermedad invalidante, de un cáncer, de un accidente mortal… La sangre se hiela y un cielo oscuro y perverso nubla la luz. Aparece un nuevo decorado que trastoca todo el mundo emocional porque ya no concuerda con el comportamiento programado. Nace una nueva identidad nunca prevista -huérfanos, viudos o dependientes de una ayuda fisiológica o emocional- que se rebela contra los convencionalismos sociales y no acepta la merma de facultades para quien manejó, desde la independencia de su libertad y fortaleza física, toda suerte de tareas y decisiones. Nacen en toda su desnudez los sentimientos y actitudes que, hasta el momento de la desgracia, nunca se vivieron en plenitud. Ahora se sabe de la humildad para rogar; de la comprensión para los que te ayudan; de la paciencia para buscar otras medidas al tiempo; de la tolerancia para escuchar…
Nunca nos enseñaron, cuando el futuro se desmorona, a ser capaces de atrapar el presente como una suma de instantes que moldean la voluntad de ser felices por el simple hecho de vivir con dignidad y respeto a los derechos humanos. La vida interior se enriquece y se hace más sabia. Por entre los escondrijos de la más profunda adversidad se hallan, agazapadas y expectantes, aquellas ilusiones que son resquicios de lo que se vivió y que reintegradas al nuevo engranaje neuronal, tejen unas nuevas formas de una felicidad a corto plazo. Es el ahora. Son estos segundos. Los titulados del sufrimiento ascienden unos cuantos escalones en esta geografía convulsa del ser humano. Y lo que eran sus problemas cotidianos se reducen al absurdo. Son portadores de valores más positivos y más profundos porque, ahora sí, ahora comprenden a los que en su día estuvieron en la lista de los que sufrieron la dentellada de la adversidad y de los falsos consuelos. Ahora saben del poder del instante feliz y viven este nuevo engranaje de la vida con entereza. Ahora practican aficiones, dialogan sin lamentos, cuidan su aspecto con el pudor de no molestar, y brindan una amistad sin sobresaltos. Soy titular del sufrimiento. Ahí quiero llegar. No hay nada peor que existir sin vivir.
Guadalupe Fernández de la Cuesta