Las tardes merman tanto la luz solar en pos del encuentro con la negrura de la noche que el sol, en su ocaso, nos despide mientras digerimos la comida del mediodía. Aún así las siluetas de los montes dibujan su perfil excelso ante los matices rojizos que decoran el cielo. Nadie que no ame la Naturaleza sabe lo que es el campo. La vida no se mide por como respiramos sino por la contemplación de los lugares que nos “quitan la respiración”. Esta reflexión puede parecer pura literatura a los que no han vivido en un entorno rural pero ha sido, y es, la esencia de mi vida. Hasta nuestra tierra han llegado los cazadores, los seteros y otras gentes en pos de relinchos y berreas. Y han podido contemplar los tonos del color otoñal en el monte; y pasear por caminos indescriptibles nunca bien magnificados; y conocer nuestros pueblos y su historia. Ponderamos el turismo rural como una visita al paraje de los dioses y sus catedrales. Y como un encuentro con la mejor lección de psicología emocional.
¿Y dónde se halla el trabajo remunerado para que las gentes puedan ocupar las casas y calles vaciadas? ¿Dónde está la Asistencia Sanitaria? ¿Quién se ocupa de la comunicación por carreteras vetustas? ¿Y del Sistema Educativo? Se habla demasiado de la España Vaciada. Yo también repito “la misma historia” como dice el viejo cantar de Camilo Sesto. Pero, en el mundo rural tenemos un tipo de sentimiento comunitario que deseo remarcar otra vez más. Cada día llega el pan a nuestras casas por ese trabajo encomiable de los panaderos rurales. En muchos de nuestros pueblos aparece el “Camión de Roa” con todos esos alimentos que nos resultan indispensables en la despensa. Y pasean por nuestras calles los “coches de los congelados” para llenar la nevera de productos clave en nuestra demanda gustativa… Y el espacio para las relaciones sociales lo cubren los bares. Esos bares son un hito en los pueblos, y así lo leí en el periódico “El País” no hace muchos días. Porque sin bar, apunta, los pueblos desaparecerán del todo. Esa socialización se hace también a través de “casas rurales” u otros alojamientos en hoteles municipales o privados. Nosotros miramos con insistencia la llegada de clientes y observamos su alegría por la atención recibida y su convivencia con el entorno y sus habitantes. Es como el hilo de una madeja que puede tejer otro futuro más halagüeño.
Existe un refrán que expresa muy bien nuestros sentimientos hacia todas las actuaciones descritas: “Es de bien nacidos ser agradecidos”. Estos servicios prestados generan gratitud y aliento para vivir en el pueblo. Puede ser que entre tantos matices en el significado que generan las palabras “economía”, “ganancias”, “pérdidas” algunas personas valoren cuestiones gananciales en todos estos servicios señalados y concluyan que vienen al pueblo porque “ganan dinero” en las ventas y servicios que hacen. Pero no se ven sus grandes mansiones, ni fincas, ni otras propiedades suntuosas. Alimentar el sentimiento de gratitud es un aprendizaje de toda edad. El agradecimiento es la parte principal del comportamiento en gente de bien. Son nuestros pensamientos positivos. La vida es una sucesión de emociones que uno debe vivir para entender a los demás. Seamos generosos. Y eficientes.
Guadalupe Fernández de la Cuesta