Un servicio público rural necesario

Estamos en plena primavera y explosionan todos los colores que conmocionan nuestros sentimientos hacia los parajes que nos rodean con sus plantas, arbustos y árboles teñidos de diferentes pigmentos y su floración armónica y gratificante.

 En nuestra tierra añadimos los montes de pinos altos y erectos que elevan nuestra mirada al cielo. En ese contexto escuchamos nuestro aliento de vivir y percibimos el silencio de las ausencias de seres queridos. Uno de esos pinos nos llevará a celebrar la fiesta de la “Pingada del mayo” cuyos orígenes se remontan a antiguas tradiciones para conmemorar acontecimientos de cierta trascendencia tales como la llegada de la primavera. Ya sabemos cómo los mozos eligen el pino de mayor altura y mejor tronco y hacen los deberes de su talado con fortaleza y entusiasmo, así como su acarreo al pueblo en medio de ritos ancestrales para erguirlo en el mejor pedestal mediático donde es aplaudido por todos. Y bajo la vigilancia del pino llega la celebración de una comida colectiva con los afectos y alegrías compartidas y recuerdos añorados.

Son días y fiestas señaladas las que devuelven el vivir de los pueblos. Sentimos a nuestra tierra como el paraíso donde transitar los pasos de nuestra existencia. Pero llega la noche, el silencio, el vacío en las calles, la soledad. Y las miradas se concentran en el alto pino pingado que borda el cielo con sus propias ramas, sin más acompañamiento. También vemos las torres de las iglesias, las plazas, las casas arregladas y en derrumbe, algunos escudos heráldicos, el rollo que marcaba la jurisdicción para poder juzgar y castigar a los reos y nuestro excelso paisaje. Pero carecemos de gente. Aquí añado el valor de aquellos que hacen campaña por reavivar costumbres ancestrales de cada lugar con sus panegíricos y alabanzas de las formas de vida de nuestros antepasados. Y a las personas, sobre todo mayores, que sujetan los tejados y abren las ventanas de las casas.

Ese valor por generar la vida de los pueblos pasa, además, por los comportamientos de la política municipal. Añado el agradecimiento, ya repetido, a los que trasladan alimentos y otros artículos necesarios para acomodar nuestra existencia a la vida rural. Enumero aquí un servicio público necesario para fortalecer las relaciones sociales de los pueblos. Esta entidad social es el bar. Ya sé de mi reiteración en esta necesidad como si me fuera necesario ir a tomar la copa de vino a diario a ese lugar emblemático en la vida del pueblo. El bar es el centro donde se rompe la soledad buscando el encuentro con el otro y se permite la visibilidad del vivir en la propia tierra. Sus beneficios no dan los resultados de un negocio. Es un servicio público que ha de beneficiarse de una contribución municipal que sustente tal actividad social. Sé de otros lugares de nuestra tierra donde hacen estas atribuciones con diversos resultados. También vemos esta propuesta en otros pueblos de España con una vida rural defenestrada. Por ello reivindico que los ayuntamientos instauren como servicio público una ayuda al bar del pueblo.

 

Guadalupe Fernández de la Cuesta