Recorro con avidez los espacios abiertos donde dibujan sus perfiles las cumbres montañosas mientras escucho el rumor de los arroyos y los cencerros de las vacas que pastan despreocupadas y ociosas en los prados. Esta percepción bucólica del paisaje no encuentra acomodo con esa otra imagen del buen setero con la cesta y la navaja en ristre -para depositar las esporas en su hábitat- que deambula con la atención de un investigador por entre rincones ocultos del pinar donde surgen los setales. Envidio su sabiduría, su paciencia y su saber hacer.
Mis conocimientos micológicos llegan hasta los “níscalos” o “mículas” de toda la vida y que reconozco por su forma de boina voladora y su color anaranjado-rojizo con gotitas pardas. El auge de los “boletus” me ha sorprendido en edad tardía y sólo saboreo la deliciosa textura y sabor de estos “tapones de champán”. Ignoro totalmente los recursos para su localización en el monte. Hasta aquí mi fecunda ignorancia. Tendría que recurrir a tratados de micología para hilar una ristra de nombres de setas y hongos comestibles y otros tantos venenosos para dar prestigio a este articulito mío, pero cualquiera puede acceder a Internet o a otras alternativas informáticas para tener conocimiento exhaustivo del tema.
Lo que sí sé es que los hongos forman parte de la estructura del suelo y que son el soporte imprescindible para el desarrollo del pinar, y por extensión, de cualquier tipo de vida vegetal. Hay gente desaprensiva o ignorante que levanta el monte y arruina esa simbiosis imprescindible entre hongos y árboles. Y, por qué no decirlo, hay gente foránea que devasta un monte que es comunal, o sea de los vecinos que son sus propietarios. ¿Habría alguna forma de impedir este atropello?
¡A por setas y a disfrutar todos!