Sin palabras
Estoy sentada frente al ordenador sin poder evocar un pensamiento positivo. Son los sentimientos de la pandemia del “coronavirus” los que ciegan una inteligencia crítica.
. Las palabras no se verbalizan en un contexto nunca vivido. No sufro el contagio de la enfermedad maldita, ni tampoco en la familia. De qué me vale tanta queja. Se puede pasar el “confinamiento” con formas y modos de matar el tiempo. Cierto. Y en mi caso, asumo como una actitud positiva, mi atracción por la lectura. En libros de papel con memoria reciclada de narraciones históricas. Y vivo el aplauso a nuestros héroes sanitarios. Un sentimiento desbordado hacia todos los trabajadores que humanizan su asistencia a los demás. No hay palabras para describir estas actitudes solidarias. Mi rabia nace en las quejas y denuncias que circulan por las redes sociales, y en los medios de comunicación. En estos momentos, nuestro carro de la vida se ha undido en el fango. Necesitamos sacarlo con el empuje de todos, y con mucha fuerza. Después cuando ya esté en camino, será el momento de la valoración de las causas de su caída en el barro. Dice el refrán: “Menos predicar, y más sembrar trigo”. Pero existen personas y personajes irascibles, incapaces de valorar la gravedad global de esta pandemia. La culpa, a lo mejor, la tienen los “chinos”; la escasez de medios sanitarios; la tardanza en tomar medidas de confinamiento; la ausencia de test y mascarillas…
Cualquiera puede documentarse, y comprobar, que los recortes sanitarios se iniciaron en el año 2008. Y los médicos de la Sanidad Pública y los ciudadanos hemos hecho protestas por la falta de personal, tanto en Atención Primaria como en los Hospitales. Se cerraron quirófanos. Se perdieron camas en los Servicios de Urgencias. No se cubrieron las bajas médicas… El añadido era, favorecer la Sanidad Privada. En eso estriba la libertad, dicen los “ultras”. Lo mismo que en Educación.
Nuestro insigne filósofo, Emilio LLedó, dice: “Es clave utilizar la inteligencia crítica. Ojalá el virus nos haga salir de la caverna, de la oscuridad y de las sombras”. Abro mis sentimientos hacia los seres humanos. Estos coronavirus no entienden de fronteras, ni de razas, ni de patrias, ni banderas. En la tierra que labramos el surco de la vida, es posible que los bueyes que tiran del arado hagan un giro inesperado hacia el despertar de la vida rural. En ese labrantío se ha instalado la cibernética. Algo que ya sabe la yunta, Ahora estamos descubriendo el “teletrabajo”. Eso se hace desde un lugar paradisíaco de nuestra tierra de Pinares. Sabemos, que tras los desastres de la guerra civil española, el mundo rural subsistió por sus tierras y animales que nos alimentó en los años de la penuria. En esta guerra de los”virus” necesitamos de los huertos, de las gallinas… para alimentar el cuerpo y el alma. No entiendo la prohibición a esta actividad, si ello se hace en solitario y protegido. Pero tendrán sus razones. No sé. Ahora es momento de utilizar una inteligencia crítica para empujar el carro. Todos. Es clave humanizar las relaciones sociales. Yo digo lo mismo que el padre José María Días Alegría en su libro. “Yo creo en la esperanza”. Saldremos de esta pandemia. Juntos.