Talas de árboles
En la Naturaleza, el mundo vegetal es el mayor contribuyente para el sustento del planeta Tierra. Y por encima de las infinitas plantas vuelan las cimas de los árboles que dibujan su vida en el azul del cielo. Son los bosques de pinos un ejemplo incuestionable de la salubridad de nuestra tierra y de su belleza. Como añadido, existen otras masas forestales nacidas de forma natural, choperas, hayedos, robledales… En su día, el homo sapiens descubrió la agricultura, y desde entonces, fueron plantadas por la mano del hombre las plantas que saciaban el hambre, y les permitió evolucionar como seres humanos. En este desarrollo de la humanidad, y para suscitar lugares de reunión y de buen gusto, el hombre ha copiado a la Naturaleza y ha realizado plantaciones de árboles, o jardines, en los sitios del vivir cotidiano. Estos cultivos dibujan los perfiles de pueblos y ciudades en consonancia con su historia y arquitectura. Nadie entendería, por ejemplo, el Paseo del Espolón de Burgos, sin sus plataneros entrelazados. O a la ciudad de Soria sin sus álamos de Machado entre San Polo y San Saturio.
El árbol enferma y muere, igual que las personas. Pero el hecho de nacer “a la vez” no significa tener que morir al mismo tiempo. Cada uno de ellos es una vida independiente. La vida de una chopera, por ejemplo, sí se puede perpetuar. Sólo hay que ir sustituyendo los que se pueden caer, por otros nuevos. Esos y nada más. Y hacerlo progresivamente, como mueren y nacen las personas, con solución de continuidad. La vida del pinar es consustancial a las generaciones de gentes que vivimos a su sombra. Existen tareas ineludibles, como clarear los montes de pinos pequeños. O la corta de los pinos hechos, para comerciar su rendimiento económico. O la limpia del pinar, hecho indispensable para su permanencia y salud. Nos duelen las talas abusivas que, como un ciclón, arrasan aquellos entornos vividos con la sabiduría de nuestro buen hacer. El respeto a la Naturaleza lo llevamos escrito en la sangre.
Viene a colación la llamada “Paradoja del Barco de Teseo”. En la antigua Atenas, los griegos conservaban, a modo de museo, el barco con el que, supuestamente, Teseo había recorrido todos los mares, según escribió Homero. Eran tiempos antiguos para ellos. Les surgió un problema. El barco envejecía: los metales se oxidaban, y la madera se pudría. Así que llegaron a un acuerdo. Podrían cambiar cuántos elementos del barco se deterioran, pero con una condición: “nunca hacerlo a la vez”. De este modo, aunque todas las piezas hubieran sido sustituidas varias veces, el barco seguiría siendo el mismo.
Eso debe hacerse con los bosques. Nuestro ecosistema tan degradado, obtiene de los árboles el oxígeno necesario para la vida en nuestro planeta. Los árboles, entre ellos los pinos, son testigos de nuestra historia. Somos su voz: Que no mueran a la vez.