La tercera edad y la juventud
Asentados en nuestras jubilaciones queremos encontrar un futuro para generaciones venideras en nuestras tierras siempre olvidadas.
Me produce una gran satisfacción leer en nuestra revista de Pinares Noticias todos esos proyectos de emprendedores ejemplares que tejen un futuro nada desdeñable para los pueblos donde acometen sus empresas imaginativas y prometedoras. Por eso. Porque nuestro tiempo es breve. Sobran los traspiés de los papeleos y demás componendas políticas. Sobran las envidias y trapicheos. Somos gente honesta y trabajadora fuera de toda corruptela. ¿Dónde se esconde esa voluntad política para ayudar a estos futuros empresarios? Quiero pensar, repito, que un futuro más halagüeño debe circundarnos por entre emboscadas y habrá que salir a buscarlo. Nosotros los tardíos en edad os necesitamos.
Son demasiado elevados los porcentajes de personas de más de sesenta años que sujetan la vida en los pueblos de pinares y que se disparan a unos niveles cada vez más bajos. Pueblos semivacíos. Sé que repito el tema en todos estos años que me tomo la osadía de utilizar estas páginas de la revista para hablar del abandono institucional y político en la población rural. Cansina yo con este argumento. Cansina.
No sé muy bien qué años se deben cumplir para traspasar la puerta de ese eufemismo que llaman tercera edad y englobar la masa de los que ejercemos como una estadística en los insersos, en las listas de la Seguridad Social, en los viajes y balnearios, en los laboratorios farmacéuticos... He sido niña, adolescente, joven, adulta, menopáusica y ahora soy pensionista, o jubilada, o mayor… La calificación de “tercera edad” es el número de la resignación. Por eso miramos esperanzados a los jóvenes que huellan nuestras tierras.
Hemos llegado a esa tercera edad, privilegio de los vencedores en la carrera de la vida. Otros quedaron atrás. O sea, que estamos a la sombra de los primeros y segundos. No nos quieren llamar viejos. Se han enquistado a esta palabra connotaciones de inutilidad, de pesadez, de enfermedades... Por eso a los seres humanos que formamos el más amplio abanico de la sociedad actual, nos meten en el mismo redil y nos endilgan el título de la tercera edad, una mejora del lenguaje para olvidar la vejez, palabra que sugiere un derecho asistencial no siempre plausible. Da lo mismo. Para todos, con más o menos fortuna, llegará un día la escoba barredera de la inutilidad. Por eso nuestra mirada se queda eclipsada en los jóvenes. Son nuestro aliento, nuestra esperanza.
Hay derechos constitucionales inapelables para las personas mayores y para esos jóvenes emprendedores que optan por el desarrollo rural teniendo en cuenta los duros inviernos de la sierra. Es indispensable una buena red de comunicaciones, todas ellas limpias de nieves y terraplenes, además de una buena estructura de redes informáticas. Para estos jóvenes empresarios todo nuestro apoyo incondicional tan necesario como el aliento para vivir. Porque el buen ánimo y las conductas positivas son como las enfermedades: se contagian unos a otros. A ver si es verdad.