En su “Bajo pinar” del poema, donde mueren sus palomas, los helechos alfombran el suelo de tintes dorados ya caducos. La naturaleza exhibe todos los matices de colores de las pinturas de Sorolla, enmarcadas en un cielo algodonado y hoy, cuando escribo, oscuro y lluvioso. Son mis percepciones, quizás, una pura entelequia, una banalidad, una estima desmesurada por la tierra que me vio nacer, una pueblerina que no acierta a ver las emociones de una urbe generosa en estímulos comerciales y centros de diversión. Leo a Miguel Delibes en su reiterada manía por la defensa de la naturaleza. Este año se celebra el centenario de su nacimiento con una gran exposición de sus libros y escritos en la Biblioteca Nacional de Madrid. Él se reconocía como “un hombre de campo”.En el discurso que pronunció en su ingreso en la Real Academia de la Lengua, alertaba de los peligros de un progreso descontrolado de tecnologías contaminantes en el desarrollo industrial. Todo ello lo describe muy bien en su libro “La tierra herida”. Fue tildado de “aguafiestas” por una alarma “injustificada”. El tiempo le ha dado la razón.
Escribo desde un concepto literario e intimista ajeno a la realidad de una pandemia que nos mantiene en alerta. Existe otro entorno que encuadra el contexto social con grandes dosis de preocupación. En él se encierran conductas no exentas de culpabilidad, tanto a nivel individual como colectivo. Y sobre todo, a nivel político. Es de suma necesidad la preparación científica, histórica y gramatical de nuestra clase política. En el aprendizaje de las ciencias se conseguirá, por ejemplo, un discernimiento preciso en temas biológicos y de contaminaciones nefastas para la vida de nuestro planeta. En segundo lugar, un conocimiento objetivo de la Historia de nuestro país, aún no bien aprendida, resulta indispensable para un enjuiciamiento no partidista y personal de las circunstancias sociales. Y por último, un estudio gramatical resulta indispensable para el buen uso de las palabras y frases. De esta manera, podrán explicar e interpretar el significado de unas propuestas sin ofender al contrincante en esa dinámica del “Y tú más”.
Con el lenguaje adecuado, deseo expresar mi tristeza por el abandono y olvido que, de esta idílica tierra de pinares, hace nuestra clase política. Esta tierra sería el lugar idóneo para un trabajo telemático o de cualquier otra estructura cibernética. La gente jubilada huye de las ciudades hacia los pueblos ante un rebrote del coronavirus ya sospechado y temido. Conocemos la historia de los antiguos romanos y sus estrategias para la ubicación territorial de sus pueblos. Y esta zona les resultó idónea para sus asentamientos por la esencial cobertura de agua y por una naturaleza exuberante y vital. Aún nos hablan sus puentes romanos y las huellas de sus ciudades. Ahora escribo la historia de mi presente labrado entre surcos de sol y danza de sombras de los pinos.
Guadalupe Fernández de la Cuesta