viernes. 22.11.2024

Un poco de humor

Ejercía yo mi primera experiencia como docente en una escuela unitaria de un pueblo poco habitado.

 No veía gente paseando por la calle y el silencio se rompía sólo con el bullicio de los niños al salir de clase. Paseaba mis soledades por la carretera en los atardeceres repasando mis quehaceres escolares y con la imaginación perdida en múltiples actividades posibles con mis alumnos. Por fin llegó el día en que todos los vecinos debían hacer los deberes de limpiar los caminos por orden del ayuntamiento. Y desde mi cuarto oigo la llamada de la abuela que grita a su hija: ¡María! ¡Baja ya! ¡Que está “tol” personal en la plaza!  Y yo no pude evitar la curiosidad de ver al gentío.  Saludé a tres o cuatro madres de alumnos y a dos hombres maduros. Esa era la multitud. Esperaban a alguien más pero poco se iba a acrecentar el grupo. Ellos eran el “personal” con un sentimiento de pertenencia a una comunidad escasa pero solidaria. Y con un buen sentido del humor. No hablamos mucho pero hubo reciprocidad en la actitud positiva ante la situación en que nos encontrábamos: ellos con sus vidas en el pueblo y yo con mi trabajo en la escuela. Desde aquel día pude acumular muchos ratos de proximidad en los afectos. Fui invitada a sus casas en remojones, cumpleaños, cacerías o cualquier ocasión propicia de festejos. Y aprendí a leer el mejor programa de sabiduría en unas gentes que habían convertido la adversidad en la base de todos sus éxitos.
Hablo de esta experiencia cuando iniciamos un nuevo año en la noria de la vida. Subida en este cangilón del tiempo y recién iniciado el movimiento de los días de enero me he prometido cambiar de actitud. Viviré con más sentido del humor todas mis comunicaciones. Haré las críticas a las gestiones de nuestros políticos en nuestra tierra de pinares con una  actitud positiva. Sin llorar. Sin tanto lamento. Se lo debo al comportamiento ejemplar de nuestros convecinos que viven y trabajan en sus tierras; a los que mantienen sus ganaderías, sus comercios o sus pequeñas empresas; a los emprendedores que vislumbran un futuro estable en nuestros pueblos. Se lo debo a los que colaboran en festejos, en concursos de todo tipo y en reuniones culturales diversas. Se lo debo, y mucho, a la gente joven que atrapa cualquier iniciativa de porvenir en los pueblos. Y cómo no, se lo debo a la gente de edad tardía, a tantos mayores que arropan sus vidas con un paisaje transparente, lleno de luces, y ajenos a las corruptelas y demás fechorías de algunos mandamases.
Dice un proverbio oriental que “encender una cerilla es mejor que criticar contra las tinieblas”. Esa diminuta luz es esencial para superar esta cuesta de enero que iniciamos hasta la llegada de la primavera. En Neila, mi pueblo, declarado “Parque Natural de las Lagunas Glaciares” por la Junta de Castilla y León, me ha gustado caminar y ascender a sus cumbres por caminos empinados y tortuosos. La gloria de estos remontes no está sólo en coronar la cima, sino en recobrar el aliento y volver la vista atrás. El trecho recorrido deja una huella indeleble de fortaleza a la vez que la mirada se alarga en unos horizontes sublimes. Con la llegada a la cumbre se corona una experiencia vital, imponderable. Pero no será la última. Habrá otra vez. Siempre con un poco de humor. La sonrisa es una curva que endereza muchas cosas.

Guadalupe Fernández de la Cuesta

Un poco de humor