Vacunas para la historia
En esta primavera no viviremos las sensaciones del estallido de las flores en los prados, en los arbustos, en las retamas, en las aliagas… en un entorno idílico.
Toda esta Naturaleza exuberante que sosiega a los afincados en la vida rural, se enfrenta a una explosión de nuevas vivencias relacionadas con la pandemia del covid-19. Nuestros políticos de turno llevan a cabo una confrontación permanente respecto a las vacunas haciendo hincapié en la de AstraZeneca por una ínfima posibilidad de trombos en la sangre. O por la edad de los aspirantes a ser vacunados. O por los confinamientos poblacionales. Es sustancial que prevalezcan sus valoraciones políticas por encima de las necesidades de unos ciudadanos acosados por una grave pandemia. A ello se añade un hartazgo provocado por un mundo periodístico abusivo respecto a este virus. La competencia exige decir más cosas de las necesarias con afirmaciones no siempre veraces. Son los investigadores y médicos expertos, los que tienen la palabra. Y nada más. Nosotros ponemos nuestros brazos a las vacunas y que dispongan nuestros profesionales sanitarios.
Los virus colonizan nuestro planeta. Y todos hemos sufrido experiencias traumáticas de enfermedades infecciosas: viruela, sarampión, difteria, tuberculosis… y la usual gripe estacional. La viruela fue uno de los más grandes flagelos de la humanidad y ha coexistido con los seres humanos durante miles de años. Yo escuché, ya en la escuela, que la palabra “vacuna” tenía que ver con las “vacas”. ¿Y por qué? Porque un médico inglés, Edwar Jenner, a finales del siglo XVIII, observó el hecho comúnmente conocido, de que las “lecheras” eran, generalmente, inmunes a la viruela porque la habían contraído de las pústulas en el ordeño de estas vacas contagiadas. Jenner hizo experimental esta hipótesis de una posible inmunización, inoculando el pus de las ampollas de la viruela en ambos brazos de una persona. Padeció algo de fiebre con aparición de una ampolla, pero ninguna infección grave. Repitió la experiencia en otras gentes con el mismo resultado. Ese pus protector se podía inocular eficazmente de una persona a otra y no sólo a través del ganado. Posteriormente, el Gobierno Británico proporcionó los medios para que este descubrimiento se llevara a cabo en laboratorios y propició una vacunación gratuita de la población. Gracias a su trabajo de investigación, sabemos que nuestras células se avituallan con defensas ante el virus invasor, y no padecemos su contagio. En el año 2020 la Asamblea Mundial de la Salud declaró oficialmente que los habitantes del mundo se habían liberado de la viruela.
Ante la desmesurada información de vacunas, nosotros requerimos unidad informativa: Sólo una orden. Sólo una voz: Sólo la salud. Los veteranos en edad llevamos la cicatriz impresa de la vacuna de la viruela inoculada en nuestra infancia. Como un recuerdo de una enfermedad, casi mortal, que ha dejado de existir por el descubrimiento de una vacuna. Así este covid-19 se leerá en los libros de historia como una pandemia erradicada.
La primavera debe ser el descanso del alma. Debe ser la concordia, el buen hacer. “Es propio de hombres de cabezas medianas, embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”. Antonio Machado.
Guadalupe Fernández de la Cuesta