Las lápidas con inscripciones son recordatorios que se colocan para hacer perdurar la memoria de alguien o de un hecho histórico. Por el decreto de 16 de noviembre de 1938 el gobierno de Franco estableció, previo acuerdo con las autoridades eclesiásticas, que en los muros de las parroquias aparecieran los nombres de los soldados muertos del ejército “nacional” y las “víctimas de la “revolución marxista” de la Guerra Civil; se les denominó “Caídos”. La iglesia española favoreció su puesta en vigor ya que apoyó la rebelión militar de Franco poniéndolo de manifiesto en la carta colectiva de los obispos de 1937. Solo el cardenal burgalés Pedro Segura se opuso a que se colocasen los listados en las paredes de la catedral de Sevilla.
Los ayuntamientos serranos costearon las lápidas. Las listas eran encabezadas por José Antonio Primo de Rivera y, a veces, se añadía José Calvo Sotelo. Se remataban con la expresión ¡Presentes!, que venía a significar: en la memoria permanente y en el corazón de sus camaradas. «Esa costumbre de recordar a los héroes como “presentes” ya se había inaugurado en la guerra de la Independencia de 1808-1814».
Los muertos en el ejército republicano y los “desaparecidos” por la represión franquista quedaron olvidados por la iglesia, señalados como indeseables, ateos, criminales... ¿Pero realmente era así? Estos vecinos serranos no cometieron ningún delito y no se movieron fuera de la iglesia, aunque alguno habría ateo y anticlerical. Fueron proscritos. La iglesia no ejerció el mandamiento de la caridad. No había lugar para su recuerdo en el entorno sacralizado.
Desaparecido el dictador y aparecida la democracia, los feligreses de Rabanera del Pinar quisieron sacar del olvido a Ángel Ovejero Elvira, muerto en el ejército republicano, colocando una pequeña lápida debajo de la de los tres Caídos rabanerenses del ejército nacional. Se produjo así una resignificación de la primera placa al recordarse las víctimas de ambos bandos. Quedaron igualados en dignidad así los muertos de la guerra fratricida. Esto lo reclamaba Juan Negrín en uno de sus discursos como último presidente del gobierno republicano cuando expresaba: «Los hombres de estado se ocupen de que en las estelas funerarias de cada pueblo figuren hermanados los nombres de las víctimas de la lucha».
Con la denostada Ley de la Memoria Histórica de 2007 desaparecieron los símbolos franquistas de los lugares públicos. La Iglesia, que no estaba sujeta a esta norma, retiró algunas de las lápidas de caídos de las fachadas eclesiales, pero no todas. Siguió y sigue permaneció también algún símbolo fascista en los entornos de las iglesias.
En Huerta de Arriba entre la clave del arco de entrada a la iglesia y la ventana superior, aparece incrustada la lápida con los nombres de cinco Caídos huertaños. ¿Por qué no se le añade otra lápida con el nombre de Pascual Alonso Neila? No murió en el ejército republicano. No se celebró ningún juicio contra él. Le sacaron de noche de la cárcel de Salas de los Infantes y al amanecer del 27 de septiembre de 1936 la guardia civil y falangistas lo acribillaron a balazos en el pinar de Rabanera del Pinar. Era la brutalidad de la guerra. El asesinato se debió, posiblemente, a una denuncia que surgiría en el mismo pueblo por estar afiliado a un sindicato y ser simpatizante de la izquierda... ¿Y eso merecía la muerte?
En Riocavado de la Sierra en el lateral izquierdo de la portada de la iglesia se recuerda a los seis soldados muertos del ejército nacional, encabezada por Florentino Sedano Martín. En la represión del partido judicial salense Andrés Antolín Antolín fue asesinado en Pinilla de los Barruecos en una saca de la cárcel de Salas de los Infantes del 17 de septiembre de 1936. Lesmes Santamaría Miranda, después de estar huido y escondido en el monte fue capturado por la guardia civil y el día de Santa Cecilia, 22 de noviembre de 1936, desapareció. Posiblemente su fosa esté en Barbadillo del Mercado. Su cuñado Narciso Martínez Antolín, combatiente en el ejército republicano después de estar huido, murió en la siniestra cárcel de Valdenoceda (Burgos). ¿No merecen los tres riocabadenses su memoria al ser víctimas de la guerra?
En Salas de los Infantes son dieciséis los Caídos nacionales que rezan en la lápida del monumento que se encuentra entre la iglesia de Santa María y los muros que la abrazan. La encabeza Eustaquio Santamaría Ruiz. Podrían adherirse al monumento otra placa con dos nombres, víctimas de la represión franquista. El vecino Alejandro Lechosa Abad “El Chato Lechosa” fue fusilado en el término de Arroyo Ruyo en Salas de los Infantes en una saca posiblemente de la cárcel de Salas de los Infantes y el secretario del ayuntamiento Gustavo Rafael Olea Trespaderne desapareció en la saca de la Prisión Central de Burgos el 5 de septiembre de 1936. Motivos para ser apresados y fusilado: políticos.
En el año 1945 se erigió una cruz de piedra de más de dos metros de altura al pie de la iglesia de Pinilla de los Barruecos para “honrar” a los Caídos. “Gloria a los Caídos”, se lee a sus pies. Siete soldados pinillenses murieron en la guerra en el bando nacional. La cruz es un símbolo cristiano, pero perdió parte de su sentido religioso para convertirse en simple elemento propagandístico, de exaltación del régimen franquista. Si la tomamos como elemento de memoria histórica, de reconciliación y de fraternidad pudiera rotularse así: “Gloria a los caídos en la guerra civil y a los 22 asesinados en este término municipal”. Fueron sacados de la cárcel de Salas de los Infantes y fusilados en la represión de la guardia civil y falangistas. El alcalde, que había ordenado cavar dos fosas con anterioridad a los fusilamientos presenció uno de los tres fusilamientos realizados en el municipio y el párroco al enterarse de lo sucedido acudió al lugar y vio los restos de sangre de las víctimas.
La cruz de los caídos de Hontoria del Pinar, erigida en terreno municipal, se reconvirtió en “Recuerdo de todas las víctimas del terrorismo” en el año 2014. Una cruz recuerda otras cosas. Su reconversión sirvió para salir del paso a la corporación municipal y acatar la ley de la Memoria Histórica. Pero en el recuerdo de los hontorianos mayores perdura que se levantó a los Caídos de la Guerra Civil. Nunca se pensó en rendir homenaje a los desaparecidos inocentes y encarcelados fusilados Victoriano Sanz Camarero, Leopoldo Velasco Andrés y Salomón Ortega Sanz, fusilados posiblemente en Estépar (Burgos) por falangista. Esto fue puro terrorismo del estado franquista. ■