Poco antes del Oro Olímpico, durante las fiestas de la capital a finales de junio, realizó en Navaleno una concentración , "para entrenar tranquilos y sin distracciones".
La tarde del 17 de octubre de 1986 -a las 13:38 horas, para ser exactos- Juan Antonio Samaranch desvelaba en el Palais de Beaulieu de Lausana la elección de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992. Esa noche, miles de adolescentes en España soñaron con un mismo futuro: verse a sí mismos compitiendo en Montjuïc seis años después. Uno de aquellos jóvenes cumpliría el sueño de todos. Para entonces, Fermín Cacho (Ágreda, 1969) ya vivía en Soria por recomendación -e insistencia- de Enrique Pascual. Estudiaba tercero de BUP en el Instituto Antonio Machado y ese viernes lo primero que les dijo a sus compañeros nada más salir de clase y enterarse de la elección de Barcelona fue: "Pues habrá que estar ahí, ¿no?".
Y eso que hasta hacía poco tiempo a Cacho no le llamaba la atención el atletismo. "En Ágreda no había pista ni de coña, y afición, tampoco -recuerda-. Lo que hacías desde pequeño era jugar al fútbol con lo que encontrabas". Una carambola del destino quiso que su profesor de Matemáticas, un enamorado del deporte como Celestino Laseca, descubriese su talento tras inscribir al Colegio Sor María de Jesús en un campeonato interescolar en 1982. Hacía falta que gente para el cross y Fermín arrasó en la prueba de selección. También lo haría en la competición, pero seguiría prefiriendo el fútbol y la que había sido su primera ilusión: emular a Rafael Gordillo.
Cacho continuó compaginando el balón y el campo a través escolar durante tres años, ya dirigido por Enrique Pascual, que había llegado a Ágreda como profesor de Educación Física. La decisión de decantarse por el atletismo cayó por su propio peso después de que Fermín ganase el Campeonato de España de cross escolar una semana después de cumplir 16 años. "Enrique me dijo que para este deporte tenía cualidades y que quizás en el fútbol no llegase más allá de jugar en el pueblo. Me consiguió una beca para irme a estudiar a Soria, a vivir en un colegio menor, a partir del curso 1985-86", apunta.
Enrique Pascual pulía en el monte Valonsadero al diamante en bruto de Ágreda, que soñando con Barcelona fue quemando etapas y devorando rivales sobre el tartán. En la temporada 1987-88, viviendo en casa de los padres de su 'hermano' Abel Antón, se proclamó campeón de España junior de 1500m. Y un año más tarde, con solo 20 primaveras, ganó su primer Campeonato de España absoluto -luego sumaría otros seis al aire libre y tres más en pista cubierta- en la reinauguración de Montjuïc bajo el nombre de Estadio Olímpico Lluís Companys. "Según pasaban las temporadas e iba mejorando mis marcas ya no me conformaba con estar allí, quería ser finalista, pero al subir al podio en 1989 supe que quería volver allí en los Juegos, aunque me daba igual el cajón". El sueño de Fermín Cacho, que había sido el de tantos niños en el 86, pronto se convertiría en el sueño de España.
Aquel primer título nacional le permitió dedicarse plenamente al atletismo -durante dos años lo compaginó con un trabajo a tiempo parcial en la herboristería Soria Natural-, aunque no le libró de hacer la 'mili' entre 1989 y 1990. Sí que le serviría para llevar un servicio militar mucho más benévolo; primero durante dos meses en el campamento de instrucción en Logroño, donde los mandos del cuartel eran aficionados al atletismo y le permitían salir por las tardes a entrenar, y después durante el resto del servicio en Soria, donde gozaba de un reducidísimo horario de mañana en el cuartel.
Compaginando el atletismo con sus obligaciones militares, Cacho ganó su primera medalla internacional absoluta, la plata en el Europeo de pista cubierta de Glasgow en 1990, donde únicamente le superó el alemán Jens Peter Herold, y también sufrió el sinsabor de finalizar undécimo en el Europeo al aire libre de Split. "No me desmotivó en absoluto estando tan cerca de Barcelona porque ya tenía la experiencia de haber sido duodécimo en el Campeonato de Europa junior de Birmingham en 1987 y solo un año después ganar el bronce en el Mundial de la categoría en Sudbury", explica el soriano.
No le faltaba razón a Cacho, pues cuanto más se acercaba Barcelona, más afilaba él su cuchillo. En los 18 meses anteriores a la cita olímpica, Fermín presentó su candidatura al podio con la plata en el Mundial de pista cubierta de Sevilla 1991, en el que solo le venció Nouredinne Morceli, y el quinto puesto en el Mundial al aire libre de Tokio ese mismo año. Entonces ya había regresado a Montjuïc, y soñaba más en grande que nunca: "Cuando gané el Campeonato de España de 1991 con récord de los campeonatos (3:34.52, todavía vigente) no pensaba nada más que subir a lo más alto del podio, no me conformaba con menos".
El mencionado quinto puesto en el Mundial de Tokio le serviría como lección no ya de cara a Barcelona, sino para el resto de su carrera. "Hice lo que no se debe hacer en ninguna carrera: pelearme en todas las batallas. Si lo haces, al final te faltan fuerzas. Me equivoqué y me dije que eso no podía volverme a ocurrir. Aprendí la lección de que hay que tener sangre fría y escuchar todo lo que ocurre en la pista: la respiración, los clavos… Y atacar, cuando lo decidas, a muerte, que quien te gane sea porque corra más".
El año de su vida, cero distracciones
En 1992 todo giraba en torno a los Juegos Olímpicos. No había cabida para pasos en falso en la carrera de Fermín Cacho hacia el oro. Así, apenas se dejó ver por la pista cubierta con tres participaciones que saldó con dos victorias y un segundo puesto y dos récords de España (en 1000m, 2:20.18; y 3000m, 7:46.11), motivo por el cual le dolió especialmente tener que renunciar al Europeo en sala. Solo pensaba en Barcelona y no varió un ápice su rutina en Soria, si acaso con dos concentraciones en toda la temporada estival: una en Castellón, en Semana Santa, "por romper un poco la monotonía del trabajo diario"; y otra en Navaleno, a 1100m de altitud a poco más de media hora de Soria, durante las fiestas de la capital a finales de junio, "para entrenar tranquilos y sin distracciones". Tan concentrado estaba Cacho en ese sueño -ya convertido en obligación autoimpuesta- que en el último mes antes de la cita olímpica dejó de leer la prensa. Incluso pidió permiso a la Federación para viajar a Barcelona el 28 de julio, solo seis días antes de las eliminatorias de 1500m, y así seguir entrenando en Soria, por lo que se perdió el desfile inaugural. La última sesión fuerte antes de los Juegos, eso sí, la realizó en la pista de El Prat de Llobregat: "Fue un 1000m en 2:18, recuperé 30 segundos, y un 200m en 25".
El 3 de agosto, a las 11:18 de la mañana, Cacho se imponía cómodamente en la primera eliminatoria con un tiempo de 3:37.04. Tres días después, ya en horario vespertino, lograba el pase a la final tras acabar segundo en la segunda semifinal, una serie muy rápida en la que tanto el catarí Mohamed Suleiman como el español bajaron de 3:35 (3:34.93). Cacho se vio corriendo rápido y fácil, pero prefirió ahorrarse la victoria parcial para guardar sus cartas de cara a la final, donde el favoritismo era de Morceli.
Los dos siguientes días, hasta la final del 8 de agosto, Fermín se dedicó a imaginar y analizar la carrera con la que llevaba seis años soñando. "Estaba tranquilo. Tenía visualizadas muchas carreras, cómo podían desarrollarse. Pensaba que la final sería algo más rápida y que en los últimos 150m iba a ganar a Morceli. También pensaba en si salía algo más lenta… Y volvía a ganar. En todas ganaba yo. Estaba muy seguro". Tal era su confianza que antes de la final se echó una siesta de dos horas y ya una vez en el Lluís Companys, antes de dirigirse a cámara de llamadas, le dijo a Enrique Pascual: "Vete a la grada y siéntate a disfrutar porque hoy vas a convertirte en el entrenador de un campeón olímpico".
La final salió no lenta, lentísima. Nadie quería mostrarse pronto. Se pasó el primer 400m en 1:02.25 y el 800m en 2:06.82. Mandaba por incomparecencia del resto el keniano Joseph Chesire, que aumentó el ritmo en las últimas dos vueltas. Cacho no abandonaba la calle 1, en tercer lugar, algo encajonado, pero sin hacer ni un metro extra. Y vigilando a Morceli. "Si yo voy encerrado, tú que vas detrás de mí lo vas a tener más difícil", pensaba Fermín para sus adentros.
Al toque de campana, el ritmo ya es frenético. Cacho tiene un pequeño enganchón sin consecuencias con el estadounidense Jim Spivey en el primer giro, pero a falta de 250m ya se ha adelantado con Chesire y Herold. El alemán se abre a la calle 2 en la contrarrecta, arrastrando ligeramente al keniano, que deja un hueco irrechazable para el español. El estadio, que hasta ese momento era mudo a los oídos del concentrado Fermín, estalla en un clamor. Entonces Cacho cambia de ritmo a la entrada de la curva y nadie es capaz de seguirlo. Solo de ver cómo se escapa con esa zancada violenta, con la fuerza de un toro, mientras sus grandes rivales se descomponen abriendo la puerta a que El Basir y Suleiman completasen el podio llegando desde atrás.
"A falta de 100m volví a cambiar y al pasar por el podio, a falta de unos 40m de meta, ya me sentí campeón olímpico", relata Cacho, que completó los 400m finales en 50.4 segundos. Todavía sigue siendo la última vuelta más rápida de la historia en una final olímpica.
"En ese momento sentí una gran alegría por haber cumplido el sueño que me rondaba la cabeza desde el 17 de octubre de 1986", recuerda Fermín, que nada más cruzar la meta se abrazó a Enrique Pascual, como después haría con sus padres y su representante, Miguel Ángel Mostaza. Las imágenes de aquella tarde, vuelta de honor incluida, muestran a Cacho envuelto en una bandera de España descolorida en la que el rojo ha perdido brillo y el amarillo casi ha dejado de serlo: "Mis padres compraron esa bandera para colgarla en el balcón en las fiestas del pueblo en 1969, el año en que nací yo. Tenía 23 años, pero después de ese día se quedó ya en casa tranquila".
Atlanta 1996, más en forma que nunca
"Proclamarme campeón olímpico -el segundo atleta español en serlo, ambos en nueve días- significó muchas cosas, no solo para mí, sino para todo el atletismo español. Abrió muchas puertas de patrocinadores tanto a nivel personal como federativo, pues conseguimos cuatro medallas. Significó presencia para España, decir que un país pequeño como nosotros estábamos ahí luchando con los mejores por subir al podio. Demostró que cuando se apoya a nuestros atletas se consiguen éxitos".
Aunque Fermín Cacho y Barcelona 92 siempre estarán ligados, la figura del mediofondista soriano no se acaba en aquellos Juegos. El verano siguiente no pudo batir a Morceli en el Mundial de Stuttgart, y aun así se colgó la plata: "Había tantísimo nivel que si fallabas lo más mínimo otros atletas te pasaban, y Morceli ha sido uno de los mejores especialistas de 1500m, con una marca de 3:27.37 (bajó de 3:30 en cuatro temporadas). Yo sabía que a veces le podría ganar y que otras me ganaría él a mí, como ocurrió en 1993".
La calidad de Cacho tardaría en apagarse. En el Europeo de Helsinki en 1994 se proclamó campeón de Europa al aire libre y en 1996 llegaría a los Juegos de Atlanta "mejor de forma que en Barcelona". Entre medias, la decepción del Mundial de Goteborg en 1995, donde 'solo' fue octavo. "Son cosas que pasan, no siempre se gana, y la verdad es que ya venía de hacer un mal invierno, siendo sexto en el Mundial de pista cubierta de Barcelona -rememora Fermín-. A lo mejor estaba un poco saturado física y mentalmente".
El soriano asegura que aquel mal año no le hizo dudar ni un segundo de sus opciones en Atlanta. "Sabíamos por qué había salido mal", señala. Y le pusieron solución. El invierno previo a los Juegos, Cacho se prodigó en todas las superficies: fue segundo en la San Silvestre Vallecana, ganó el Cross de Haro y corrió en 3:36.72 (1500m) y 7:36.61 (3000m) en pista cubierta. Volvía a estar a punto, como en el 92.
"A Atlanta llegué muy muy muy muy bien", recalca. "En el mejor estado de forma de mi carrera". Ocurre, sin embargo, que las carreras de 1500m son impredecibles y a la vez vertiginosas. Un chasquido y se produce el caos. En el Centennial Stadium de la capital del estado de Georgia, ese chasquido fue una caída. Ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, al toque de campana. "Giré la cabeza para ver cómo iba el resto y cuando volví a mirar al frente vi a El Guerrouj cayéndose", cuenta Cacho. Sin margen de maniobra, tiró de instinto de supervivencia: "Para no caerme yo también salté por encima del marroquí". En ese momento, avispado, Morceli cambió el paso. "Se fue unos metros y eso, a falta de 400m, es difícil de recuperar", lamenta Fermín, que aun así cerró la final en menos de 54 segundos para colgarse la plata olímpica. "Son cosas que no controlas y que pueden ocurrir, por eso no hay que darle más vueltas, pero tenía muy claro que sin aquella caída yo habría ganado el oro, El Guerrouj habría sido segundo y Morceli, tercero", sentencia.
Un récord casi imbatible
En Atenas en 1997, Fermín Cacho buscaba lograr la triple corona Mundial-Juegos Olímpicos-Europeo, aunque de nuevo volvió a quedarse a las puertas del entorchado global. Se colgó una nueva plata, esta vez por detrás de Hicham El Guerrouj, que comenzaba a erigirse como el rey absoluto del 1500m. "En aquella final me equivoqué de táctica", explica el español. "Pensé que Morceli estaba mejor que El Guerrouj y que me iba a llevar hasta él en la última vuelta". Escogió seguir la rueda errónea. El argelino no pudo seguir el ritmo que marcaba el marroquí y Cacho tuvo que rebasarle a falta de 250m para buscar la victoria, "pero ya era demasiado tarde".
Cacho no se sentía inferior a El Guerrouj, y así lo demostraría en su siguiente enfrentamiento, siete días después de la final de Atenas, en Zúrich. El objetivo del pupilo de Enrique Pascual era romper al fin la barrera de 3:30 y batir de paso el récord de España. "Fue una carrera impresionante, de saber dónde tenía que estar y de quitarme el sambenito de que solo corría en grandes competiciones y no tenía una gran marca", recuerda. Fermín atacó en la entrada de la última recta y dejó atrás a Morceli y Niyongabo. También parecía pasar a El Guerrouj, que sin embargo le mantuvo el pulso en los últimos 50 metros para terminar imponiéndose por apenas cuatro centésimas. Hizo récord de Marruecos con 3:28.91 y Cacho, plusmarca española y europea con 3:28.95. Nadie en nuestro país ha vuelto a correr por debajo de 3:30, mientras que el primado continental lo mantuvo hasta 2013, cuando fue superado por Mo Farah. Hasta Jakob Ingebrigtsen, en este 2020, ningún atleta nacido en Europa había corrido los 1500m más rápido que Cacho.
En 1998, ya cerca de la treintena y tras superar una complicada rotura del ligamento peroneo astragalino anterior del tobillo derecho, Fermín vuelve a un podio internacional. Mermado físicamente, no le llega para revalidar su oro continental y en el Europeo de Budapest tiene que conformarse con el bronce, mientras un jovencísimo Reyes Estévez se cuelga el oro. "No me sorprendió que ganase, eso sí, porque ya había sido bronce en Atenas", asegura Cacho.
Los infortunios continuaron y año después, en el Mundial de Sevilla, se quedó a las puertas del podio, de nuevo alejado por Reyes. Fue una final rapidísima (la más veloz de la historia de los campeonatos) y Cacho, para colmo, se dio un toque con Morceli nada más empezar. "Me golpeé con mi tobillo izquierdo en la rodilla derecha y corrí con un dolor de la leche toda la carrera", señala. "Pero quería ganar y me la jugué para ello, solo que hubo tres atletas que corrieron más rápido". Y ya es decir, porque esos 3:31.34 eran la segunda mejor marca en toda la trayectoria del campeón olímpico. "No vi aquellas carreras como una entrega de testigo a Reyes Estévez porque mi objetivo era estar en los Juegos de Sídney para defender las medallas de Barcelona y Atlanta, pero no pudo ser". Sufrió un problema en el tendón de Aquiles, no se recuperó correctamente de una bursitis y, aunque la Federación le ofreció acudir a los Juegos, Fermín declinó la invitación en un acto de honradez: "Si no podía luchar por el título no quería ir de vacaciones".
No sabía Fermín Cacho en 1999 que no volvería a defender la camiseta de la selección española. Los últimos años de su carrera fueron un rosario de lesiones y problemas de salud. En 2001 solo pudo acabar una carrera en pista cubierta y otra al aire libre. De cara al Europeo de Múnich en 2002 se probó en el 5000m, pero una encefalitis (que le provocó mareos, vómitos, problemas de coordinación y de habla) le empujó a la retirada. "Ahí dije: se acabó, ya no quiero saber nada más del atletismo, solo disfrutar de la vida. Ya había conseguido todo lo que podía lograr en el atletismo", cuenta Cacho, que todavía competiría esporádicamente en 2003 para retirarse definitivamente el 28 de septiembre de aquel año con una carrera en ruta en Soria.
Aunque el tramo final de su trayectoria deportiva no hizo justicia a su grandeza, Fermín Cacho dejó el atletismo con la consideración unánime de ser el mejor atleta español de la historia. Un oro (1992) y una plata (1996) olímpicos, dos platas mundiales al aire libre (1993 y 1997) y otra en pista cubierta (1991), un oro (1994) y un bronce (1998) europeos al aire libre y una plata (1990) en pista cubierta forman un palmarés internacional brillante a lo largo de una década. Fue siete veces campeón de España al aire libre (1989-1993, 1995 y 1996) y otras tres en pista cubierta (1990, 1991 y 1995). Fue plusmarquista europeo de 1500m al aire libre (3:28.95) y de 3000m en pista cubierta (3:36.61), y todavía ostenta el primado nacional del milqui y de 1000m (2:16.13). "Estar en el podio no es fácil, pero lograrlo un año, otro y otro… Me voy satisfecho con lo que he luchado y tengo que dar la enhorabuena y las gracias a todos los rivales españoles y extranjeros que me hicieron ser un poco mejor cada día".