Mi pasión por la historia tiene que ver con la pasión que mi padre me inculcó sobre el Cid
Silvia López Wehrli soñó de niña con conocer a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Tal vez porque su padre adoraba la figura histórica del gran héroe castellano. Por eso solía llevarla a visitar el Monasterio de San Pedro de Cardeña y Vivar del Cid, el pueblo natal del campeador. Esa pasión por la vida y las hazañas de Don Rodrigo hizo mella en su corazón y en su alma. “Estudié historia movida por aquellos recuerdos de infancia. Mi padre desde luego tuvo mucho que ver, esa es la verdad. Los primeros tres años de la carrera los realicé en el Colegio Universitario de Cuenca donde cursé Geografía e Historia. Después terminé mis estudios en la Universidad Autónoma de Madrid”. “Tras un gran esfuerzo pude aprobar las oposiciones de archivero convocadas por la Comunidad de Madrid. Tras conseguirlo fui un pasito más adelante y aprobé también las oposiciones del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Elegí una plaza en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán. Eran unas oposiciones que me permitían trabajar en archivos de gestión estatal como el de Simancas y el de la Chancillería de Valladolid”.
En aquel momento, la Armada necesitaba madera y betún para aislar las piezas que componían los buques. Ya existían dos fábricas, la de Castril que abastecía a Cádiz y la de Tortosa que hacía lo mismo con Cartagena. Necesitaban otra fábrica para abastecer al Ferrol de madera y de betún. Y es que el último tercio del Siglo XVIII fue una época dorada para el resurgir de la construcción naval. “Reconocieron, entre otros, los montes de Navarra pero observaron que había mucho más pino en la zona de pinares. Era, sin duda, una zona idónea que tenía pinos negrales y carrasqueños idóneos para la fabricación del Betún. Por lo tanto tenían la mejor materia prima y la mejor ubicación para llevar la madera y el betún hasta Ferrol”, explica Silvia. El betún se transportaba hasta Burgos y luego a Santander. Se hacía por la zona de Quintanar de la Sierra y Palacios. La madera sin embargo se sacaba por Neila hacia Huerta de Arriba y se transportaba hasta un lugar llamado Rivero del Cajo. Después se llevaba en Barco hasta Ferrol. Para obtener la pez primero había que extraer las toconas o tocones y sus ráices. Después había que realizar una meticulosa tarea de limpieza y de selección de las teas.
“La Cabaña Real de Carreteros comenzó su recuperación y restauración hace ahora dos décadas. Está situado en el monte de la Dehesa de Quintanar de la Sierra. En la fábrica se construyeron unos aljibes para llevar allí el betún desde los hornos. Un documento deja claro que los hornos estaban a media legua de Quintanar. Otro documento de 1785 también deja claro que se pretendía construir 138 hornos distribuidos por Quintanar, Regumiel, Canicosa, Vilviestre y Palacios de la Sierra”, matiza Silvia. De Tortosa llegaron a Quintanar varios expertos pezgueros para enseñar a los lugareños como hacer la pez. También viajaron hasta allí maestros toneleros porque había que fabricar toneles especiales por el peso de la pez. Muchos de ellos regresaron a sus lugares de origen y otros tantos se quedaron en Quintanar de la Sierra.
Silvia fue invitada a acudir a Quintanar por primera vez en 2012 para disfrutar de su “Semana Etnográfica”. Después, ha visitado la localidad pinariega los años 2017, 2018, 2019 y este año 2020. “La verdad es que disfruto mucho cuando visito Quintanar. Y he de decir que fue un placer hablar sobre “La Real Armada y la fábrica de Betunes de la localidad de pinares. “Creo sinceramente que este tipo de jornadas permiten que un pueblo como Quintanar recupere su pasado histórico. También es una muy buena manera de dar un impulso a la economía local. Además, es muy importante que la gente conozca el Pez como un recurso que es totalmente ecológico y natural que se puede reutilizar. Volver a Quintanar siempre es un placer porque es una zona maravillosa en todos los sentidos”. También creo que el Covid está poniendo de manifiesto que vivir en los pueblos puede ser ahora mismo una opción mejor que hacerlo en las ciudades. Yo si conozco gente que se lo está planteando y gente que desde la pandemia de marzo viven en los pueblos teletrabajando. Es desde luego una opción real para muchos sectores y profesionales, finaliza Silvia López.