Silvia López Wehrli soñó de niña con conocer a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Tal vez porque su padre adoraba la figura histórica del gran héroe castellano. Por eso solía llevarla a visitar el Monasterio de San Pedro de Cardeña y Vivar del Cid, el pueblo natal del campeador. Esa pasión por la vida y las hazañas de Don Rodrigo hizo mella en su corazón y en su alma. “Estudié historia movida por aquellos recuerdos de infancia. Mi padre desde luego tuvo mucho que ver, esa es la verdad. Los primeros tres años de la carrera los realicé en el Colegio Universitario de Cuenca donde cursé Geografía e Historia. Después terminé mis estudios en la Universidad Autónoma de Madrid”. “Tras un gran esfuerzo pude aprobar las oposiciones de archivero convocadas por la Comunidad de Madrid. Tras conseguirlo fui un pasito más adelante y aprobé también las oposiciones del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Elegí una plaza en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán. Eran unas oposiciones que me permitían trabajar en archivos de gestión estatal como el de Simancas y el de la Chancillería de Valladolid”.
“Allí estuve como Directora Técnica desde 1999 hasta 2016. Entre 2016 y 2018 estuve trabajando en el Ministerio de Hacienda y Función Pública. En la actualidad trabajo en el Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memora Democrática. Conocí a Antonio Martín Chicote, presidente de la Cabaña Real de Carreteros, porque quería averiguar todo lo posible sobre la Real Fábrica de Betunes de la Villa de Quintanar de la Sierra”. Y es que en 1784 la Real Armada edificó en las afueras de la Villa una fábrica de betunes que sería conocida como Casa del Rey debido al escudo de Carlos IV que la presidía. “Antonio tenía un enorme interés por la documentación que había en el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán. Es una fábrica que planificó y desarrolló la Marina. En el archivo podemos encontrar el expediente que deja claro que la fábrica se estableció en el año 1784”.
En aquel momento, la Armada necesitaba madera y betún para aislar las piezas que componían los buques. Ya existían dos fábricas, la de Castril que abastecía a Cádiz y la de Tortosa que hacía lo mismo con Cartagena. Necesitaban otra fábrica para abastecer al Ferrol de madera y de betún. Y es que el último tercio del Siglo XVIII fue una época dorada para el resurgir de la construcción naval. “Reconocieron, entre otros, los montes de Navarra pero observaron que había mucho más pino en la zona de pinares. Era, sin duda, una zona idónea que tenía pinos negrales y carrasqueños idóneos para la fabricación del Betún. Por lo tanto tenían la mejor materia prima y la mejor ubicación para llevar la madera y el betún hasta Ferrol”, explica Silvia. El betún se transportaba hasta Burgos y luego a Santander. Se hacía por la zona de Quintanar de la Sierra y Palacios. La madera sin embargo se sacaba por Neila hacia Huerta de Arriba y se transportaba hasta un lugar llamado Rivero del Cajo. Después se llevaba en Barco hasta Ferrol. Para obtener la pez primero había que extraer las toconas o tocones y sus ráices. Después había que realizar una meticulosa tarea de limpieza y de selección de las teas.
Completada esa fase, se iniciaba un proceso con el apilado de las teas, previamente embarrado y calentado, para la destilación de la resina con la que se obtenía el alquitrán. Por último se quemaba el alquitrán que daba lugar a la pez. Como curiosidad conviene dejar claro que se mezclaban unos 5000 kilos de toconas para obtener unos 2000 kilos de teas limpias que al final se convertía en 200 kilogramos de pez. “Los documentos dejan claro que eran toconas de una gran calidad y que serían una fuente inagotable durante muchos años. Se sabe también que en la zona de San Leonardo de Yague había gente que elaboraba Pez o Betún. Lo recoge el catastro del Marques de la Ensenada. Además, es importante matizar que a la armada le interesaba que mucha gente pudiera dedicarse a tal oficio. Eso ayudaba a que el precio del betún fuera bajo. Si la gente trabajaba en algo que fuera rentable, se evitaba el tener que importar betún. Por eso, lo que hizo la armada fue construir hornos. Uno de los que han quedado en la actualidad es el de Mataca”.
“La Cabaña Real de Carreteros comenzó su recuperación y restauración hace ahora dos décadas. Está situado en el monte de la Dehesa de Quintanar de la Sierra. En la fábrica se construyeron unos aljibes para llevar allí el betún desde los hornos. Un documento deja claro que los hornos estaban a media legua de Quintanar. Otro documento de 1785 también deja claro que se pretendía construir 138 hornos distribuidos por Quintanar, Regumiel, Canicosa, Vilviestre y Palacios de la Sierra”, matiza Silvia. De Tortosa llegaron a Quintanar varios expertos pezgueros para enseñar a los lugareños como hacer la pez. También viajaron hasta allí maestros toneleros porque había que fabricar toneles especiales por el peso de la pez. Muchos de ellos regresaron a sus lugares de origen y otros tantos se quedaron en Quintanar de la Sierra.
Es curioso como en los documentos se habla de “empleados de la fábrica” que estaban exentos además del sorteo de quintas para las milicias. Ellos, sus hijos y también sus nietos. Para conseguir el transporte del material se hacían subastas y se pujaba por asiento y por contratas. Una Real Orden de 20 de diciembre de 1825 ordenó a la Marina desprenderse de las fábricas de Betunes de Castril y de Quintanar de la Sierra. Solo quedó funcionando la de Tortosa. Con la invasión francesa la construcción naval quedó muy debilitada. El betún fue perdiendo importancia y los barcos empiezan a recubrir con placas de cobre. La madera también comienza su declive. “El betún actualmente se usa de manera mucho más residual. Todavía se emplea para impermeabilizar casas en el norte de Europa. Lo que si sabemos es que según el Boletín Oficial de Ventas de Bienes Nacionales de la provincia de Burgos el estado termina por vender la fábrica en 1859”.
Silvia fue invitada a acudir a Quintanar por primera vez en 2012 para disfrutar de su “Semana Etnográfica”. Después, ha visitado la localidad pinariega los años 2017, 2018, 2019 y este año 2020. “La verdad es que disfruto mucho cuando visito Quintanar. Y he de decir que fue un placer hablar sobre “La Real Armada y la fábrica de Betunes de la localidad de pinares. “Creo sinceramente que este tipo de jornadas permiten que un pueblo como Quintanar recupere su pasado histórico. También es una muy buena manera de dar un impulso a la economía local. Además, es muy importante que la gente conozca el Pez como un recurso que es totalmente ecológico y natural que se puede reutilizar. Volver a Quintanar siempre es un placer porque es una zona maravillosa en todos los sentidos”. También creo que el Covid está poniendo de manifiesto que vivir en los pueblos puede ser ahora mismo una opción mejor que hacerlo en las ciudades. Yo si conozco gente que se lo está planteando y gente que desde la pandemia de marzo viven en los pueblos teletrabajando. Es desde luego una opción real para muchos sectores y profesionales, finaliza Silvia López.