Una pequeña casa amarilla con su clásica buhardilla y sus geranios en flor. En frente, la cola del médico que cada año pasa menos consulta. El sonido de los camiones con madera que pasaban a diario y se escuchaban desde la cocina que da a la carretera. Esa fue la banda sonora de mi infancia, además de las frases de amor de mi abuela: “Ay, mis cariños pequeños, lo que les quiero yo”. En esa casa que construyo mi bisabuelo, albañil de profesión, vive ahora mi abuela Antonia Moral. Creció en el pequeño pueblo de Barbadillo del Mercado, pero el hambre de la posguerra no le permitió quedarse.
Emigró junto a su marido Fernando Blanco a Zumárraga, donde él trabajó en un alto horno. Allí, las jornadas interminables y los accidentes laborales eran el pan de cada día. Después a Gamonal, el popular barrio obrero burgalés cuyas protestas han marcado la historia reciente de los movimientos sociales en España.
Mi abuela Antonia nació en el 36, al mismo tiempo que estallaba la Guerra Civil. Pero ella poco sabe de eso y de aquellos a los que “se llevaron y no han vuelto” tal y como me explica en el salón, al lado de la lumbre. Sus ojos claros, cuentan la historia de las mujeres que no pudieron estudiar ni trabajar fuera del hogar porque su destino ya estaba escrito.
La nostalgia es el denominador común de su generación, que está viendo como sus pueblos se vacían. Aquellos lugares en los que ellas crecieron, jugaron, bailaron, se enamoraron y se rebelaron van cayendo en el olvido. Mi abuela no tuvo la oportunidad de estudiar mucho porque las mujeres, como ahora, soportaban todas las cargas del hogar y los cuidados.
Es consciente de la lucha que protagonizaron las mujeres de su época y de que la semilla de sus vidas ha dado sus frutos. Por eso, Antonia celebra con ilusión las conquistas de la lucha de las mujeres y las nuevas oportunidades: acceder a la universidad, trabajar fuera del hogar o conciliar. “Vosotras que estáis con el feminismo adelante con ello”, me dice emocionada.
Mujeres como ella, han allanado el terreno para lograr una sociedad más feminista. Ellas, junto a sus familias, pagaron los costos de la guerra, la desmemoria y trajeron la democracia. Sin embargo, han sido las grandes olvidadas durante la pandemia que ha evidenciado la crisis de cuidados en todo el planeta. Por eso, hoy es más necesario que nunca contar sus historias silenciadas y aprender de ellas porque son imprescindibles para entender el presente.
Antes de terminar la conversación, mi abuela me pregunta por esa igualdad a la que aspiramos:
+ ¿Eso cómo se va a hacer? ¿Lo vais a lograr?
- Eso espero…
+ Yo me alegraré; a ver si lo veo…