El reloj del Ayuntamiento marca las nueve. Domingo 29 de octubre. El Sol se asoma orgulloso sonriendo una vez más. Todavía hace frío. El primer hielo otoñal nos recuerda que el invierno está por llegar. Aun así, el verano todavía vive y los pájaros juegan a perseguirse en el cielo limpio bailando y haciendo piruetas. Nos desafían y llaman nuestra atención. Se escucha el sonido hueco de una pelota golpeando incesantemente las paredes del frontón. Sigue el compás de la raqueta que guía sus movimientos. Los operarios nos miran y nos sonríen mientras colocan las últimas mesas y adecuan la carpa en la Plaza Mayor. La música en el Ayuntamiento lo envuelve todo creando nuevas sensaciones en un ambiente mágico. Los primeros vecinos curiosean en la Plaza, mientras otros, se afanan por preparar todo lo necesario para la comida en el pueblo. Canicosa de la Sierra vive intensamente la decimoctava edición de las Jornadas Micológicas. Un fin de semana cargado de actividades para todos los públicos, con salidas al monte, conferencias, talleres de cocina, exposición de setas y una docena de puestos en la Feria Mico-Agroalimentaria.
Llegamos en hora. Todo está preparado en el furgón. Mi madre me anima a bajar con delicadeza el producto. No olvides la vieja pesa y las uvas, me comenta sonriendo. La mesa tiene que quedar perfecta. Comienzo a bajar las cajas, preparadas minuciosamente para transportar nuestras morcillas de arroz y de harina artesanales. Baja el género con delicadeza, con cariño y colócalo despacio. Ya sabes que es un producto artesanal delicado Germán, me recuerda mi madre. Y yo sonrío y pienso que es bonito poder formar parte de un día así y además hacerlo en compañía de tu madre. Todo preparado. Tomo mi cámara de fotos. Quiero preservar cada detalle: la colocación de los puestos, las sonrisas, la camaradería, los primeros paseos, las primeras preguntas, las primeras compras. Quiero guardarlo todo, como una pequeña hormiguita ante la llegada del invierno. Y ahí, en medio del bullicio, me encuentro con él. Ramiro Ibáñez, el alcalde de Canicosa, me saluda agitando la mano mientras se acerca hasta nuestro puesto. Gracias por venir. Es importante para un pueblo como Canicosa que gente joven y emprendedora se acerqué hasta aquí para exponer sus productos. Debemos hacer comarca y asentar población en el medio rural, nos dice el alcalde sonriendo. Le pido una foto, una junto a mi madre, porque le hace ilusión. Acepta.
Son las doce. El ambiente en la Plaza es cariñoso y cercano. Me muevo entre puestos como pez en el agua. Saludo a Ana, de Palacios, que me sonríe mientras atiende a una clienta local deseosa de comprar uno de sus productos naturales. Justo al lado, un comerciante artesano de la madera, me explica lo importante que es ir a las Ferias de los pueblos para darse a conocer. Degustó el exquisito queso de Pisones y me acerco a saludar a Mariví, de Embutidos Pelayo, que me devuelve el saludo con una afectuosa sonrisa. Mi madre saluda a Paco, de Beco Jardín de Salas, que vende con facilidad ramos de flores en una fecha muy cercana a los Santos. La camaradería impera. Aquella imagen, me recuerda a los tebeos de Axterix y Obelix, a aquella aldea gala siempre unida en torno al enemigo común, los romanos. Y por un instante, pienso que este es el camino que deben seguir nuestros pueblos el de la unión y la búsqueda de objetivos comunes. Son las dos. En sus brazos Ramiro Ibáñez lleva a su nieto de apenas un año. Nos ofrece dos platos maravillosos y suculentos del arroz con boletus que ha preparado todo el pueblo. Nos despedimos, entre abrazos y sonrisas mirando a ese cielo abierto de Castilla que guarda celoso a Canicosa de la Sierra, uno de sus pueblos favoritos. Y pienso, como una vez hiciera el gran escritor Castelao, que la verdadera tradición no emana del pasado, ni está en el presente, ni en el porvenir; no es sirviente del tiempo. Porque la tradición no es la historia. La tradición es la eternidad.