Hace unos días, entrando a una tienda de ropa, los arcos de seguridad empezaron a pitar a lo loco. Al salir, volvió a pitar, y la chica que me acababa de atender me hizo un gesto con la mano para que saliera sin preocuparme.
Esa semana, la escena se repitió en varios comercios. Por lo general, se acercaba alguien, comentábamos qué podría ser y seguía mi camino. Hasta que un día pitó en la tienda más pija de toda la ciudad.
Era una tienda de bolsos caros, pero caros caros… No es un sitio que suelo frecuentar, pero se acercaba mi cumpleaños y me apetecía darme un capricho. Había estado toda la tarde de compras, y me decidí a comprarlo al final, cuando ya cargaba con varias bolsas, a lo Julia Roberts en Pretty Woman.
Vino la dependienta, con una sonrisa culpable, pensando que había sido ella la que se había olvidado de quitar el dispositivo de seguridad. Sacamos el bolso, lo inspeccionamos de arriba abajo, y allí no había ni dispositivo ni nada. Volvimos a la puerta, y al salir seguía pitando como si no hubiera mañana.
Aquello se empezó a liar, sobre todo cuando llamó al personal de seguridad. Me acompañaron muy “amablemente” a una habitación donde me pidieron que les enseñara el bolso, que lo vaciara, si no me importaba, que enseñara todas las bolsas. A los diez minutos, todas mis cosas estaban desparramadas encima de la mesa y seguíamos sin encontrar al culpable del pitido.
Con cara de circunstancias salimos de allí, me acompañaron a la puerta y adivinen… Piiii, piiii, piiii… ¡Qué desesperación! Pero como la vida está llena de casualidades, una señora que había estado observando toda la operación, empezó a comentar que le había pasado lo mismo el día que estrenó unos zapatos.
Miré mis pies. Efectivamente, allí estaban mis preciosas botas nuevas. Señoras y señores: si se compran unas botas, no olviden mencionar que les desactiven el dichoso dispositivo de seguridad si no quieren ver frustrado su sueño de parecerse a Julia un día de compras en Beverly Hills.