Todos los años, en el mes de enero, se celebra el día del Patrón. Siempre cae en viernes, y reservamos ese día para asistir al pueblo, estemos donde estemos. Recuerdo que, siendo pequeña, ese viernes me encantaba porque significaba ir al pueblo, y no ir al cole.
Esa misma noche se celebran hogueras en diferentes calles, y la gente sale a asar los primeros productos que han preparado de la matanza de ese año. Los niños se quedan hasta tarde correteando y jugando, mientras los adultos charlan y se divierten, rompiendo así la monotonía y el letargo del invierno.
Recuerdo un año, no tendría más de ocho o diez años, nos juntamos un montón de niños a jugar en la calle de mi abuela. Decidimos que era un buen momento para jugar al escondite, así que fuimos cada uno a escondernos donde mejor nos parecía: detrás de la cortina de alguna puerta, agazapados entre los coches… algunos incluso entrábamos a las casas, pues las puertas siempre estaban abiertas, y más aquella noche que todo el mundo estaba en la calle.
Mi amiga y yo nos colamos por la puerta de su casa hasta el patio. A esas alturas, ya se nos había olvidado que estábamos jugando al escondite, y nos fuimos hacia el fondo del patio, donde mi amiga tenía una caja con una gatita dentro. Ella siempre tenía algún gatito en casa, pero aquella vez no era uno, sino siete. Su gatita acababa de tener cachorros y eran lo más bonito que yo había visto nunca. De todos aquellos, sin saber todavía qué opinaría mi madre, decidimos que me quedaría uno gris y blanco para llevármelo a casa.
Aquel gato vivió muchos años feliz con nosotros en el piso, a regañadientes de mis padres al principio, encantados con él después. Desde entonces, siempre he tenido un gato en casa. A pesar de lo que dicen, son cariñosos y fieles, uno más de la familia.
Este año voy camino del pueblo con toda mi familia, como cuando yo era niña. Ya están allí mis padres y todos los demás esperando que lleguemos y preparando todo. Tendrán que esperarnos un poquito porque primero voy a hacer una parada. Estoy deseando ver la cara que va a poner mi amiga cuando vea la preciosidad con bigotes que he adoptado para ella y que, espero, le traiga tan buenos recuerdos de aquellos años como a mí.