Nunca hubiera pensado que terminaría viviendo en otro país. Después de varios años de precariedad laboral, ya no pude más. Dejé mi pueblo, con apenas una maleta y muchas lágrimas, mientras mis padres, ya mayores, me animaban a emprender mi camino y buscar nuevas experiencias, tragándose su propio llanto para ponerme una sonrisa.
Mi destino era una pequeña ciudad de nombre impronunciable al norte de Alemania. Apenas si chapurreaba un poco el idioma, fruto de mis escasas clases exprés cuando elegí el destino, pero ante la perspectiva de trabajar de lo mío con un buen contrato y un buen sueldo, pensé que ya iría aprendiendo sobre la marcha.
Me instalé rápidamente en el pequeño piso que me habían adjudicado en la agencia y pensé para mí que no me molestaría en decorarlo mucho, pues estaba claro que allí solo estaría de paso. Unos meses, quizá un año o dos a lo sumo. Aprender el idioma, coger experiencia y volver.
Ese era el plan. Recuerdo cómo ese día me preparé un café para entrar en calor y descansar del viaje y, con la taza en la mano, me recorrí el mini piso para echar una ojeada. Tenía bonitos muebles de calidad, una preciosa mesa de madera en la cocina, que la separaba del salón; dos dormitorios y un baño. Suficiente para mí; de momento no lo compartiría, porque con el sueldo prometido, me podía permitir vivir solo.
Aquel día dejé la taza de café sobre la mesa, mientras llamaba a casa para tranquilizar a mis padres que, a esas alturas, ya debían estar pensando que me había pasado algo, y un cerco marrón de café dejó impregnada la madera con un perfecto surco redondo.
Hoy paso la mano por esa mancha que no conseguí quitar, y me ataca la nostalgia. Han pasado 7 años desde entonces, desde aquella mañana fría de noviembre en la que tiré la mochila sobre el sofá y me dije a mí mismo que solo serían uno o dos años.
Hoy hago las maletas para mudarme, y lo que más me sorprende, es que no lo hago para volver a mi querido pueblo, como me prometí a mí mismo, sino porque una esposa, dos hijos y un perro después, ha llegado el momento de emprender una nueva aventura.