No seremos nosotros los que discutamos a los antiguos pobladores de esta comarca si la consideraron como tal, al poner al río que baña sus tierras de nombre Valparaiso. Y así se debieran de sentir los habitantes de Rupelo si la vida les hubiese sonreído de otra manera. La falta de oportunidades que da un pueblo hoy en día difiere mucho de lo que es un paraíso. La mala comunicación, la falta de servicios esenciales y la despoblación de toda la comarca no es para tirar cuetes. Aunque la ubicación del pueblo es para soñar con ello, para los que buscan la paz y tranquilidad es su lugar idílico.
Para llegar a Rupelo cogemos la N-234 hasta la localidad de Mambrillas de Lara y nos desviamos en el cruce en dirección San Millán. La distancia es de 8 kilómetros. El pueblo se sitúa en un estrecho valle, por donde discurre el río Valparaiso, encajonado en una ladera que mira al sudeste rodeado de una gran zona boscosa.
Se han encontrado yacimientos del Calcolítico (Los Picachos) y del paso de los visigodos se encontró un jarrón datado en el siglo VII, que lo adquirió el Museo de Burgos en 1938.
Las primeras noticias documentadas en los archivos del Monasterio de Arlanza son del año 1048, en los que se nombra al pueblo como “Rivo de Pero” con el significado de Río de Pero. Algunos autores sitúan aquí el convento de Santa Cruz, edificado en 1175. En documentación del año 1250, figura con el nombre de “Riopero”. Durante toda la Edad Media dependió, como todos de la zona de Lara del Monasterio de Arlanza. Luego pasó al señorío del duque de Frías.
La población nunca fue muy grande. Pascual Madoz, en su diccionario, nos dice que a mediados del siglo XIX contaba con 68 almas, y que era un pueblo agricultor y ganadero. Subió la población en 1900 con 141 habitantes, para bajar en 1950 a 127. Hoy en día cuenta, según el padrón, con 5 personas.
A la entrada al pueblo nos encontramos con una bonita fuente con dos caños, con la figura de dos dragones, a la que hay que bajar por unas escaleras. Parece muy antigua, aunque se restauró en 1958. Encima de la fuente un crucero levantado en 1905 nos adentra en el pueblo.
El casco urbano es un pequeño núcleo de casas sin alienar, sin formar calles largas, pero bien pavimentadas y cuidadas. La piedra arenisca y caliza es lo que predomina en las edificaciones, en mampostería y con ángulos en sillería. Las puertas tienen dintel y jambas de piedra. En alguna vivienda se puede ver la típica chimenea serrana.
Más o menos, en el centro del pueblo, se encuentra la ermita de la Presentación, de una sola nave, sin valor artístico que señalar, construida según una inscripción en 1735. Está levantada en mampostería y sillería. Tiene adosada una sencilla espadaña para la campana. No pudimos entrar al estar cerrada.
La situación de la iglesia es muy curiosa, en una pequeña vaguada encima del río, tras pasar un puente y seguir un pequeño paseo en medio de un bosque de carrasca y árboles de ribera.
Tiene como titular a San Esteban, de estilo clasicista de tres naves en piedra de sillería bien labrada. La portada, del mismo estilo, es muy llamativa, adornada a los lados con columnas con capitel dórico y en medio unas cintas. Un friso decorado con angelotes se sitúa en la parte de arriba y en el dintel se repite las cintas de cortinaje. Dos florones completan la portada. Según una cartela se erigió en 1563, seguramente sobre otra anterior. Sobre la cabecera se levanta la torre cuadrada, a la que se accede por unas escaleras exteriores. En una de las piedras en las escaleras pone la fecha de 1673, junto a otra con otra inscripción.
Nos vamos del pueblo, pero no de sus tierras. Queremos visitar la mina de cobre que estuvieron explotándose hasta mediados del siglo pasado. Para ello tomamos la salida del pueblo con dirección a San Millán y cogemos el camino parcelario que sale a la derecha a los pocos metros de pasar por el puente. Recorremos el camino unos 500 m. hasta donde se bifurca, y seguimos a mano derecha. El trayecto es bueno para caminar, en total serán 2 kilómetros. Las escombreras se ven entre un bosque de encinas carrasca. Son fáciles de ver porque son montones de tonalidad verdosa por la malaquita depositada. Para acercarnos a ella tenemos que rodear buscando terreno boscoso, pues la línea recta son tierras de labor y están aradas, y encima ha llovido abundantemente en los últimos días. La mina tuvo el nombre de Santa Catalina, y de ella se sacaba Azurita, Malaquita y Calcantita, todos ellos minerales de cobre, pero las cantidades nunca fueron grandes y la explotación duro pocos años. Hoy solo quedan las escombreras y pequeñas muestras del mineral.
Ya nos despedimos de Rupelo, un pueblo que merece visitar por su encanto y en busca de tranquilidad.