Intentamos ahuyentar el frío desde las fechas del calendario para dar paso a la primavera que nace esquiva y timorata sin pretensiones de sol. Los que nos adjetivamos como arrecidos llevamos grabada en la piel los fríos intensos y las copiosas nevadas de este invierno sin fecha de caducidad. No levantamos cabeza. Miramos el mapa del tiempo con la convicción de ver dibujados unos soles en nuestra zona geográfica y la temperatura en ascenso, pero no hay cambios que llevarnos a la boca.
Con el frío arañando el alma se cuelan unos días atemperados, suaves, contenidos. Empujo al tiempo para ver el sol dorando las crestas de las montañas y mudar de verde y flor los brazos desnudos de los árboles. Llevo cosidas a mi memoria muchas primaveras hechas de días, de momentos, de instantes muy felices entre juegos de sol y sombras en los prados verdosos, en solanas y umbrías del pinar, en los juegos en la plaza y por entre callejas Ante los hijos de la alta tecnología, los que vamos estrenando la tercera edad generamos anécdotas del hombre de las cavernas. Fue “ayer” cuando sucedieron estas cosas. Desde este triple salto mortal, nuestra generación acepta orgullosa el presente y confía en un futuro esperanzado. A pesar de tanto desafío por esta crisis económica que nos quebrará la historia.
Esta vitalidad de la primavera se hace verso en toda la coreografía de la naturaleza. Los seres humanos percibimos la realidad con un renuevo en el aderezo neuronal del cerebro que aplaca las conductas agresivas. A ver si cambia la negrura del “y tú más” por el diálogo y la honestidad.
“Soñé que tu me llevabas/ por una blanca vereda, /en medio del campo verde, /hacia el azul de las sierras, /hacia los montes azules/ una mañana serena/ (…) Vive, esperanza, ¡quién sabe/ lo que se traga la tierra!”/ A.Machado.