Si amigos sí, con siete años yo era el mejor contrabandista del mundo. Un astuto y perspicaz ladrón de guante blanco. Un valiente pirata de pueblo con el parche en un ojo que emulaba al gran capitán de los mares Barba Roja. Atracando sin piedad los bolsos con el botín que mis abuelas guardaban debajo de la almohada los fines de semana. Y es que la “Mari” y la “Tere” escondían con celo la pasta en los lugares más ocultos, inhóspitos y secretos. Monedas de varios tamaños y valores que yo iba guardando en los bolsillos sin agujeros de mi querida chaqueta de lana azul. Dinero con el que aquel corsario de agua dulce comerciaba con los amigos del pueblo. Y es que si tenías pasta tenías poder y un caché especial que te permitía trapichear de forma callejera con los niños del pueblo. Comprábamos e intercambiábamos casi de todo. Canicas de mil colores, cartones viejos de cerillas, juguetes antiguos, golosinas, yo yos, cascarillos, chanflos y peonzas. Sin embargo, para un contrabandista astuto y perspicaz como yo el gran tesoro eran los mejores cromos del fútbol del mundial de México del 86. Porque terminar el álbum siendo el primero era como comandar el atraco al mejor galeón de la pérfida Inglaterra lleno de oro y diamantes. Y así, a las cinco tras el pitido en el Colegio San José salíamos corriendo como si nos hubieran metido un petardo en el culo. Y todo para llegar los primeros a la vieja imprenta y comprar antes que nadie los mejores cromos de fútbol. Aquella maravillosa imprenta de primera mitad del siglo XX fue el sueño hecho realidad de Luis Vivar y Carmen, su mujer. Un lugar mágico que a ojos de un niño era la puerta de entrada para viajar sin billete al pasado. Allí trabajó durante muchos años ,un hombre de enorme elegancia, amabilidad y sabiduría. Después serían las hermanas Vicen Y Carmen Vivar las que gestionarían con mimo y alma la vieja imprenta de Salas. Siempre acompañadas por el gran Cecilio “Ceci” que cuidaba con detalle y un trato exquisito de que todo funcionara a la perfección. Y así, tras hacerme con los mejores cromos, me quedaba absorto observando los infinitos estantes de madera llenos de libros, revistas, periódicos, juguetes y mil y un enseres. Momentos mágicos que mi alma acordó guardar junto a mi memoria en algún lugar de mi corazón. Imágenes inmortales vestidas con el sonido musical fuerte y metálico que hacía la vieja máquina de la imprenta. Y sí, yo fui el primer gran pirata de pueblo en terminar el álbum de cromos del Mundial de México del 86. Ahora orgulloso miro mi conquista y retrocedo de nuevo en el tiempo para imaginar por un momento que la histórica imprenta de Salas abre sus puertas de nuevo.... eso sí, tras el pitido y a las cinco de la tarde.
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