viernes. 22.11.2024

Por unas herencias

Los silencios han ido invadiendo poco a poco las algarabías callejeras y la soledad ocupa las estancias de los hogares que fueron en su día bulliciosos y festivos. 
         
           

Aún resuenan los ecos de la vida tras las ventanas y puertas cerradas de las casas donde se ha disfrutado un verano permisivo con los rigores del calor. En el pinar deambulan los seteros con la cesta en ristre para coger los frutos más codiciados del otoño recién estrenado. Por las noches un sonido hace eco en las laderas montañosas y estremece el ánimo: Es el “monocanto”  enamorado de la berrea. Está en el ánimo de muchos viajeros vivir la experiencia de oír y, acaso ver, esa pelea reproductiva. Los paseos de los “colesteroles” son extensos y dejan por entre los pinos una marea de ojos abiertos para contemplar un paisaje tantas veces vivido y soñado. Luego con el cansancio a cuestas llega el regreso a casa o la reunión del juego y la tertulia.
 A veces, se hace un recorrido pausado por entre las calles del pueblo por saber lo que nos cuentan sus casas. Y algunas puertas selladas nos golpean el corazón con ese lenguaje secreto de su deterioro que nos habla de una ausencia definitiva de sus moradores. O ese otro  silencio de unas ruinas que fueron sueños incumplidos de una futura residencia placentera. Ahí están como unos monumentos dedicados al egoísmo, a la intolerancia, al desacuerdo familiar, a los derechos nunca defendidos tras el diálogo y la comprensión. En sus solares se dibujan problemas hereditarios. Es la herencia, esa palabra que enreda las emociones, la que deja el amor olvidado en el campo de los sentimientos entre hermanos y familiares a los que un día adoramos en esa casa vencida y abandonada. Y ya no están esos amigos de juventud, compañeros de la escuela, vecinos afables…  Se los llevo la riada de las herencias mal gestionadas.
¿Qué bienes acarrean esos miles y miles de refugiados que cargan con una vida destrozada por las guerras? ¿Quién heredará sus ruinas?  ¿Donde están sus lindes de la dignidad? ¿Dónde sus derechos humanos? Hasta hace cuatro años sus vidas no han sido tan diferentes de las nuestras. Y ahí están. Desnudos de cualquier herencia que no sea su propia vida.
“Cuánto más pequeño es el corazón más odio alberga” Victor Hugo. 
         
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Por unas herencias