24 de mayo de 2020, 12:05
En el mes de marzo de 1939, casi medio millón de españoles habían traspasado la frontera hacia Francia como consecuencia de la Guerra Civil (1936-39) de los cuales unos 220.000 eran militares. El gobierno francés les convirtió en apátridas por la lentitud en la tramitación y la denegación de su estatus de refugiados. En julio de 1938 la Gestapo alemana y la policía franquista firmaron un acuerdo de colaboración que incluía el intercambio de información y la entrega mutua de detenidos. Se puede responsabilizar a Serrano Suñer, Ministro de la Gobernación, de la deportación de los españoles en territorio francés hacia los campos de concentración de Hitler. En junio de 1940, envió listados a Berlín y a las autoridades colaboracionistas francesas con los nombres de más de 600 dirigentes republicanos que se encontraban refugiados en el país vecino para que fueran repatriados a España. Se desentendió de la suerte que pudieron correr los demás refugiados españoles, la mitad mujeres y niños, que malvivían en Francia y que estaban a merced de las tropas nazis. Berlín le preguntó qué hacer con ellos en varias ocasiones y su respuesta siempre fue similar a la que dio el 9 de julio de 1940: «Cuando, en plazo breve, tengamos la certeza de que han sido repatriados todos aquellos que convengan, nos desinteresaríamos de los restantes». Los “que convengan” eran los dirigentes republicanos que pretendía capturar. Una circular de la Gestapo del 25 de septiembre de 1940 enviada a todas las autoridades del Tercer Reich y a los territorios ocupados de Francia de Vichy indicaba que los combatientes de la España roja detenidos perdían la condición de prisioneros de guerra y que debían ser enviados a los campos de exterminio. Más de 9.000 hombres y mujeres españoles fueron capturados por los nazis en territorio francés y deportados a los campos de la muerte. Más de 5.000 de ellos no consiguieron sobrevivir a las terroríficas condiciones de los campos de concentración.
Al campo de concentración de Mauthausen (Austria) los nazis lo llamaban “El campo de los españoles”. El III Reich decidió confinar allí a la inmensa mayoría de los republicanos que, tras el triunfo de las tropas franquistas, se refugiaron en Francia y acabaron enrolados en las filas del ejército francés o integrados en la resistencia. El campo se construyó para aniquilar a los prisioneros judíos que llegaban al campo mediante las cámaras de gas. Los españoles realizaban los trabajos para el funcionamiento del campo y en su uniforme a rayas se cosía un triángulo azul invertido de los apátridas con una S — de Spanier— en el centro.
Agapito Izquierdo Terrazas (de 42 años) que había nacido en Villanueva de Carazo (Burgos) fue sargento legionario del ejército republicano; en abril de 1938 fue ascendido a capitán. Pasó huyendo a Francia al terminar la guerra y sería concentrado en un campo de refugiados. En 1941 al ser invadida Francia por los alemanes fue deportado a la prisión XII-D de Trier (Tréveris, Alemania) con el número 8646 de donde salió conducido hacia el campo de concentración nazi de Mauthausen (Austria) en abril de 1941 en un convoy de republicanos españoles En este se le asignó el número de prisionero 4088 que se le grabaría en su brazo.
En abril de 1941 le condujeron a 5 km de distancia al campo de concentración de categoría III categoría de Gusen (Austria), lo cual significaba que no iba a sobrevivir. Se le asignó el número 11906. En este campo a los presos se les sometía a trabajos forzados en una cantera de granito. Debían acarrear piedras de más de 20 kilogramos y subirlas por una larga escalinata compuesta por 186 escalones de diez a doce veces al día. Para sobrevivir era ineludible evitar la cantera. De cada tres españoles que llegaron a este campo dos murieron. A 20 grados bajo cero en invierno y bajo un tórrido sol en verano, solo los más fuertes podían sobrevivir con un único menú consistente en una aguada sopa de nabos, una rodaja de salchichón y un pan que tenían que repartirse entre varios deportados. Se experimentó con presos con congelaciones.
Debilitado y no apto para el trabajo sería llevado, posiblemente con 449 prisioneros españoles al castillo de Hartheim de Alkoven (Austria) en donde su director, el médico de la SS Eduard Krebsbach apodado “El Inyectador”, disfrutaba asesinando a prisioneros mediante inyecciones de gasolina o fenol por vía intravenosa. El Ministerio de Antiguos Combatientes y Víctimas de la Guerra de la República Francesa en 1950 emitió un certificado indicando que Agapito murió el murió el 27 septiembre de 1941 en Gusen (Austria).
En España se le había abierto un expediente por masón en marzo de 1940. La Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo establecía la creación y composición de un tribunal especial para la represión de la masonería y el comunismo. Se veía en la masonería la personificación de todos los males de España y la causante, aliada con judíos y marxistas, de innumerables crímenes contra la religión y la patria que debían ser purgados de la forma más dura y sistemática posible. Los masones condenados, aparte de las sanciones económicas, quedaban automáticamente separados de cualquier empleo o cargo de carácter público. Según el tribunal, Agapito «ingresó en la masonería con el nombre simbólico de Danton en el Triángulo Cabo Quilates de Alhucemas el día 24 de septiembre de 1932 alcanzando solamente el grado primero de masón». Fue condenado en febrero de 1945 a doce años y un día de reclusión menor por su pertenencia a la masonería.
En los años posteriores a la guerra la guardia civil subía a Villanueva de Carazo desde Salas de los Infantes para indagar si Agapito había regresado al pueblo y para comunicar a los vecinos que si lo veían lo tenían que denunciar al cuartel de la guardia civil.
Juan Peñalba García, natural de Quintanarraya (Burgos), emigrante en la Argentina, se vino a España a ayudar a los republicanos en la Guerra Civil. Al ser derrotado el ejército republicano pasó a Francia para ser recluido en un campo de concentración. En diciembre de 1940 fue deportado al campo de Mauthausen con el número 5115. Lo normal es que sobrevivieran unos seis meses al entrar en un campo de exterminio porque los prisioneros se consumían con rapidez por agotamiento y falta de alimento. Cuando fue liberado en mayo de 1945 pesaba 37 kilos. Vivió algún tiempo en Francia, pero como no tenía delitos de sangre pudo venir a España.
Saturnino Navazo Tapia (de 22 años) nació en Hinojar del Rey (Burgos) y a los seis años su familia emigró a Madrid. «Jugó en los años 30 en la Segunda División española como centrocampista del Deportivo Nacional, el tercer equipo de Madrid».
En la guerra se alistó «en la 20ª compañía de carabineros del Ejército de Tierra con el grado de teniente y combatió en la defensa de la capital, Valencia y Barcelona. Antes de la caída de esta, decidió ir al exilio. Como otras decenas de miles de españoles, cruzó la frontera con Francia, donde, historia repetida entre la legión de españoles que creyeron salvarse pasando al país vecino, fue hecho al poco tiempo prisionero por los nazis». Fue trasladado a la cárcel XI-B de Fallingbostell y posteriormente en enero de 1941 «lo deportaron al campo de concentración de Mauthausen. Allí perdió su identidad, que fue sustituida por un número, el 5656».
Logró alejarse de la cantera de Mauthausen en los que se dejaron la vida miles de españoles gracias a su habilidad con el balón. El fútbol era una de las actividades lúdicas del campo. El talento del burgalés le granjeó una posición de privilegio dentro del campo. «Los nazis, que eran muy futboleros, solían organizar partidillos con los reclusos. Era habitual ver a los carceleros germanos celebrar y aplaudir sus magistrales jugadas. El virtuosismo del burgalés le reportó un buen estatus dentro del campo. Así, le nombraron jefe del barracón en el que se hacinaban otros doscientos compatriotas y le designaron ayudante de cocina. [...] De la cocina sacaba de matute mondas de patatas y otros alimentos que hacía llegar a la gente de su barracón, contribuyendo así a mantener con algo más de fuerza a aquella famélica legión de presos». Se ocupaba en la reparación del barracón, de organizar los partidos de fútbol, pelar patatas... «Cuando podían, robaban algunas de ellas y las repartían con los demás». El equipo de fútbol de los españoles era invencible.De manera insólita se libró de la muerte el niño judío de 7 años Siegfried Meir, huérfano ya que sus padres ya habían fallecido en otros campos de concentración. Navazo le protegió en el campo. Tras la liberación del campo el gobierno francés «le ofreció asilo y aceptó instalarse en Revel, cerca de Toulouse donde se casó». Meir le pidió a Navazo que le llevase con él para que los americanos no los separasen. Se convirtió en su padre adoptivo. Saturnino continuó jugando al fútbol a la vez que trabajaba en un taller de muebles, donde se especializó como barnizador. Su ahijado Siegfried Meir murió el pasado mes de abril en Ibiza.
BIBLIOGRAFÍA y documentos de donde se han obtenido datos:
HERNÁNDEZ, Carlos; Los últimos españoles de Mauthausen. Sentencia de Agapito Terrazas Izquierdo del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. LÓPEZ, Juan en Diario de Burgos de 16/6/2013. PÉREZ BARREDO, Rodrigo en Diario de Burgos, 11/5/2014. Documental Los últimos españoles de Mauthausen.
Las fotos, de diversos autores, han sido proporcionadas por Jesús Cámara y Salomón Ortega.