Tarde agosto. Luz y calor. El Jardín de Condestable lleva puesta su nueva chaqueta de gala. Mambrillas, conocido en Salas y en toda la comarca por su destreza con los grafitis, espera sonriente en la puerta del histórico Bar el Club. Saludo afectuoso, casi ceremonial. Sobre la mesa su Coca Cola bien fría y mi mosto en tubo con hielos. Grabadora encendida. Comienza la entrevista. Sergio nació un 26 de diciembre de 1979 en la maravillosa localidad de Idiazábal, en Guipúzcoa. Su padre es natural de Terrazas y su madre nació en Hellín, en Albacete. Fue durante su adolescencia, cuando comenzó a amar este arte urbano próximo a lo ilegal y lo subversivo. Todo comenzó en una de esas noches de insomnio. En TVE española ponían un programa muy guapo sobre el universo del grafiti. Me atrapó de tal forma que al día siguiente compré mis primeras pinturas. Así empezó todo. Y así llegó mi primer grafiti. Fue en verano, era sólo un adolescente y unos chorretones imperfectos en el garaje de mi padre en la casa de Salas. ¡Qué recuerdos! Grafiti es un término italiano. Su plural es grafito. Significa “marca” o “inscripción” que se hace rascando o rayando un muro. Fueron los romanos los primeros que lo utilizaron ya que escribían inscripciones, consignas, insultos o declaraciones sobre muros y columnas. Bansky, uno de los grafiteros más conocidos en la actualidad, dijo una vez que una pared puede ser una de las cosas más desagradables con la que puedes golpear a alguien. Es cierto. Es rollo alegal que tiene el grafiti mola. Es la práctica la que determina tu estilo. Yo me veo en el Model Pastel, un rollo genial en tres D con letras, sombras y efectos. Todo comenzó aquella noche de insomnio. Han pasado más de veinte años. En la retina, aquellas tardes de verano de un adolescente sorprendiendo a los vecinos de Salas con sus primeros grafitis en la Calle Palacio. Hoy Sergio Mambrillas es un reputado grafitero que ha expuesto su arte en Madrid, Barcelona, Pamplona o Burgos. Era un adolescente. Y entonces el grafiti para mí era algo pasional, algo que necesitaba para ser feliz. He pintado mucho aquí. Son míos el del Roll Jhon, el del Bar Rojo y también el de la biblioteca. Si te acercas a Castrillo y te tomas un café en la Cueva de Ra podrás algo mío también. En Palacios confiaron en mí para pintar el interior de la barra de las piscinas y en Hontoria tengo otro en el exterior de las mismas. Aun con todo, del grafiti del que me siento más orgulloso es el que pinté en Quintanilla de las Viñas. Me cedieron una de las mejores paredes del pueblo y pinté monumentos emblemáticos de esta histórica localidad. Entre ellos la ermita, la iglesia, el potro o la fuente. Un trabajo que me llegó al alma y del que estoy muy orgulloso. Sergio apura su Coca Cola. Mi vaso está vació. El mosto resulto realmente refrescante. La grabadora sigue en su lugar. Termino los últimos apuntes sobre la libreta. Sexta página. Me mira fijamente. Orgulloso. ¿Ya viste los últimos? Me pregunta. Son los motivos taurinos que he pintado en la Plaza de Toros de Salas. Estoy muy orgulloso de ellos y ha sido un lujo para mí como amante de este arte el poder llevarlos a cabo. Apago la grabadora. Transcurren dos minutos. Conversamos. Nada en relación a la entrevista. Me pide un buen final. Se aleja sonriendo. Ordeno mis apuntes y recuerdo una maravillosa frase de Santa Teresa que define a la perfección a este coloso de la vida y del arte: Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal.
Por Germán Martínez Rica