Dicen que los niños sueñan despiertos. Y es porque ellos se permiten el lujo de soñar. Viven inmersos en burbujas de colores observando cada noche cómo las estrellas les guían y les sonríen. Duermen mecidos y acurrucados entre abrazos, besos y oraciones. Y es que un solo niño feliz es la guía de todo el universo. Elisa fue casi siempre una niña feliz. Era más bien gordita, lo que provocaba la mofa y el insulto fácil de algunos niños en el colegio. Un día se dio cuenta de que tenía un superpoder. No era otro que reírse de todo y de todos aun siendo una niña demasiado madura para su edad. “Empecé a reírme de mi misma y a no tomarme en serio. Y los demás críos comenzaron a hacer lo mismo. Aquel acoso sufrido en el colegio me fue haciendo más fuerte, más resistente y también más inteligente. Terminé por ser la niña gordita que caía bien.
Fue así como me convertí en el alma de todas las reuniones y las fiestas. Había descubierto un escudo invisible que me convertía en una superheroína. Elisa jamás quiso ser otra cosa que artista. De pequeña quería volar con su imaginación. Deseaba se la protagonista en el escenario a la que el público brindara el más honesto y sonoro de sus aplausos. “Me vestía y me maquillaba y ponía toallas en la cabeza. Después cogía un palo de escoba y cantaba y recitaba como si fuera la última función del teatro más importante del mundo. Era mi manera de ser feliz a pesar de los problemas y de algunos días grises y fríos”. Abrió sus primeros libros y pintó sus primeros cuadernos en el colegio que las monjas tenían en la Plaza Mayor de Vinuesa. Después, su aprendizaje continuó durante dos años más en la escuela pública. Tras esa etapa, Elisa vivió interna en el colegio de las Escolapias. Era una niña inquieta, muy atrevida y con ganas de aprender. En definitiva, una muy buena estudiante. De su infancia en los años sesenta, recuerda sobre todo la alegría que sentía cantando alrededor del piano. También el exquisito pan de miel que les daban cuando se portaban bien. “Vinuesa para un niño era el paraíso.
Jugábamos libres como animales salvajes sin miedo a ser cazados. Vinuesa para mí además era el pueblo de los renacuajos y de la estornica. En verano además podíamos jugar sin horarios y sin reprimendas, en las calles, que eran nuestras. Nuestro juego favorito era buscar el tesoro dibujando planos para poder encontrarlo. Recuerdo a mis tíos cortando leña para encender la hoguera del horno y así poder hacer el mejor pan. Yo era un “chicazo” esa es la verdad. Y volvía siempre a casa con heridas, moratones, golpes y una maravillosa y feliz sonrisa. Entonces éramos niños. Niños de verdad. Niños de carne y hueso diferentes a los de cartón de ahora”. Elisa nació un 22 de febrero de 1961. Aquel año España se estrenaba en Eurovisión con maravillosa canción “estando contigo” de la fantástica Conchita Bautista. Haría un más que meritorio noveno puesto. En enero Jhon F.Kennedy juraría su cargo y el gran Luis Buñuel se haría con la prestigiosa Palma de Oro del Festival de Cannes por Viridiana.
Elisa estudia en la Escuela de Artes hasta los veinte años. Acepta un trabajo como delineante en la histórica localidad navarra de San Adrián. Su empresa le da la oportunidad de trabajar entre Francia y Navarra y aprovecha para diplomarse en francés. “Era una gran oportunidad que no podía desaprovechar. Además, estaba muy bien considerada en mi trabajo y nunca tuve ningún problema por ser mujer en un puesto de tanta responsabilidad. San Adrián además era un pueblo divertido, variopinto y muy peculiar y diferente. Los gitanos o los homosexuales tenían también su lugar. Yo creo que la inmigración enriquecía enormemente la vida en el pueblo, haciéndolo más atractivo y vital”.
Después de muchos años en navarra, Elisa recibe una oferta irechazable para vivir y trabajar en una fábrica de cocinas en Arnedo. “Fue otra oportunidad maravillosa porque podía aprender cosas nuevas y además ascender. Aun así, no encontré el ambiente de solidaridad y alegría que había disfrutado en San Adrián. Arnedo, eso sí, me dio la oportunidad a través de su ayuntamiento de poder hacer teatro. Hice cursos de dirección y también de maquillaje y aprendí todas las técnicas que se necesitan para hacer teatro”. Y es que Elisa jamás olvidará que con quince años pudo haber cambiado su vida. Representaban “Historia de una escalera” y asistía el gran escritor y director de Teatro Juan Guerrero Zamora. “Me vio y se emocionó. Le encantó mi actuación. Por entonces él vivía en Mallorca y me ofreció irme a trabajar allí con él. Yo era muy joven y mis padres pensaron que no era la mejor opción. Aquello puedo haber cambiado mi vida”.
Sin embargo, la tempestad llegó a su vida. Y las olas y el viento comenzaron a zarandear su pequeño e indefenso barquito del papel en medio de un océano inmenso y amenazante. En una revisión hospitalaria le detectan un cáncer de mama y su vida cambia por completo. “Perdí mi trabajo y a mi compañero de vida que no quiso aceptar la situación. Mi madre además nos dejó de forma repentina y mi salud se deterioró. Fue como vivir una pesadilla constante sin poder despertar. Por eso regresé a mi pueblo buscando paz, sosiego y reencontrar mi camino de nuevo en la vida.
Vinuesa le acoge con los brazos abiertos. El teatro regresa a su vida para curar las heridas del alma. Elisa comienza enseñando teatro a los más pequeños y termina por ser la directora del grupo de teatro visontino. “¡Que pesadilla para dar con el nombre apropiado! Se nos cruzaban diferentes nombres como Piñoras, San Roque o la Virgen del Río. Al final todos estuvimos de acuerdo en que el Remonicio, el río donde cogemos el agua, sonaba francamente bien. Y así se quedó. Con el teatro pude superar la muerte de mi madre y también me está ayudando ahora a superar la muerte de mi padre. Sandra, mi amiga del alma, siempre está ahí para darme un empujoncito cuando necesito un chute de alegría. En las tablas soy yo. Esa niña disfrazada que cantaba y recitaba y sonreía porque era verdaderamente feliz”. Elisa no puede olvidar su primera representación, “La Casa de Quirós” de Arniches. Sin embargo, la obra que más le ha gustado es sin duda la canal y deivertida Estresadas punto com.
El escritor y filósofo Mirko Badiale siempre decía que en cada niño se debería poner un cartel que dijera: tratar con cuidado, contiene sueños. Tal vez sea por eso por lo que Elisa trabaja con los más pequeños. Y es que la espontaneidad de los niños es siempre muy gratificante. “Son como esponjas. Lo absorben todo y te obligan a dar lo mejor de ti mismo. Pero al mismo tiempo son a veces indisciplinados. Gruñen, riñen, se pelean y protestan. Y eso también complica a veces las cosas”. Afortundamente, Vinuesa es un pueblo volcado con la cultura y con su grupo de teatro. Goza de una buenas instalaciones en el salón del Ayuntamiento. Y cuenta con vecinos entusiastas que siempre con amor y cariño cada una de las representaciones.
Además del teatro, la costura es otra de sus grandes pasiones. Le da tranquilidad, sosiego y equilibrio en los peores momentos. También adora leer pausadamente disfrutando de cada palabra y cada estrofa. El Perfume de Patrick Susking es uno de sus libros favoritos. Una obra sucia, irreverente y oscura que ha conseguido remover su alma y alterar su corazón. También disfruta muchísimo con la novela negra nórdica de Mankell y Larsson.
Sueña con viajar a Machupichu con una mochila llena de deseos y buenas intenciones. Mientras tanto, vive intensamente cada día en Vinuesa, el pueblo que la vio nacer. Se entristece al observar como los pueblos han ido perdiendo vida en los últimos años. “Yo creo que no cuidamos bien de nuestros jóvenes. Porque hoy con Internet uno puede tener una empresa en cualquier lugar del mundo. Pero eso, se lo tenemos que explicar a ellos para convencerles que los pueblos también tienen futuro”. Elisa también reconoce estar muy preocupada por el cambio climático. “Creo que los cambios de clima son naturales, pero en este caso el hombre lo está acelerando. Somos auténtico depredadores con la madre tierra y está nos lo va a hacer pagar”. Elisa ama el teatro intensamente. Pero cree que hace falta un relevo generacional. Le gustaría, como a Moliere, morir sobre las tablas. Adora a Gerard Depardie por feo, irreverente y salvaje Le gusta la Gran Lola Herrera por su humildad y su saber hacer. Y si tuviera que viajar al fin del mundo a través de la música lo haría con Roussos y Pavarotti. Porque ella también fue gordita alguna vez.