Van Gogh solía decir que primero soñaba la pintura y después pintaba su sueño. El sueño de Elena Lucas desde niña siempre fue pintar. Le gustaba coger su pequeño avión dirigido por su imaginación y volar en libertad a través de sus recuerdos. Fotografiando cada momento, cada vivencia y cada lugar. Para después guardar esas imágenes en un corazón que no dejaba nunca de latir y de sonreír.
Navaleno era su reino mágico. Un lugar lleno de Elfos y de hadas donde una niña podía sentirse princesa y ser absolutamente feliz. “Muchos de mis recuerdos me llevan a la casa de comidas de mis abuelos Luciana y Andrés. Uno de los más bonitos tiene que ver con un tacatá. Me apoyaba en él con escaso equilibrío recorriendo y husmeando todos los rincones del bar. También guardo un recuerdo maravilloso de mi abuelo cuando asaba con mimo las castañas. De su sonrisa y de su paciencia y de cómo olían de bien antes de que las pudiéramos probar”, comentó Elena.
Navaleno es una joya soriana escondida entre frondosos pinares. Guarda sus secretos y su belleza entre las sierras de Nafría, Urbión, Resomo y Cabrejas. Navaleno brilla además con luz propia en el firmamento gastronómico nacional e internacional. Y es que este histórico pueblo de 800 habitantes puede decir con orgullo que cuenta con el restaurante familiar “La Lobita” galardonado con una estrella Michelín y dos soles de la Guía Repsol. Estamos ante un templo del buen comer, un lugar único e irrepetible que ofrece una experiencia gastronómica llena de tonos y sabores extraordinarios. Porque Coelho tiene razón al afirmar que es la posibilidad de realizar nuestros sueños lo que hace que la vida sea interesante. Tal vez por eso Luciana Lobo y Andrés Lucas fundaron con esfuerzo y cariño en Navaleno la casa de comidas “La Lobita”. En esencia fue un humilde mesón donde se guisaba con paciencia, cariño, esmero y dedicación. Uno de esos lugares donde el viajero podía descansar y reponer fuerzas saboreando lo mejor de la cocina tradicional de Soria. Después tras más de dos décadas de éxito y reconocimiento la casa de comidas se trasladó a un nuevo edificio.
Un lugar más cómodo y amplio que siguió conservando la esencia familiar y la magia de la primera casa de comidas de los abuelos Luciana y Andrés. Un espacio único donde disfrutar del placer de probar los mejores platos de la cocina soriana tradicional. Llegaba así el relevo con la segunda generación familiar formada por Elena y Jesús Reyes. Autodidactas e inconformistas, supieron cómo poner toda la carne en el asador para ofrecer al comensal un salto cualitativo en su cocina. Fue un restaurante diferente, que ofrecía maravillosas sorpresas en un ambiente cercano y familiar.
En 1999 el restaurante sufrió una acertada y necesaria remodelación para hacerlo más discreto, personal, coqueto, cercano y acogedor. Al frente de esta tercera generación están Elena Lucas y su marido Diego Muñoz. Dos enamorados de la gastronomía, las tradicones y la vida rural que dirigen con éxito una nueva “Lobita” más innovadora pero sin perder la esencia de la tradición familiar. Elena y Diego han apostado siempre por los mejores productos sorianos. Por sus sabrosas y tiernas carnes, por sus fantásticas verduras, por la mantequilla o el torrezno, que son junto con las setas el buque insignia del restaurante y también de la gastronomía soriana.
De la cuidada y mimada selección de los vinos se encarga Diego Muñoz. El campeón de sumilleres de cava de Castilla y León se encarga de ensalzar los platos con una fantástica bodega donde priman las referencias nacionales. Y es que la búsqueda de la autenticidad le ha llevado a descubrir a los pequeños productores que priman la esencia y que tienen una maravillosa historia detrás. Destacan, entre otros muchos caldos, el Cuvée DS Freixenet de Dolores Sala, La Bota de Florpower “Más Allá” de Equipo Navazos o el “S” del Saó del Coster.
“Al final lo que ofrecemos son experiencias porque detrás de cada detalle y de cada plato hay siempre una historia original. Dentro del restaurante nuestros clientes tienen la sensación de estar en medio del bosque. El local tiene dos grandes ventanales que dan directamente al pinar. Creemos que es esencial que aquello que nuestros comensales ven a través de las ventanas se pueda disponer en la mesa para comer. Al final todos los sentidos juegan un papel determinante para que comer se convierta en una experiencia única que nuestros clientes recuerden toda la vida. Jamás podré olvidar a una clienta que llegó a llorar cuando probó nuestros guisantes con lágrima de caldo de gamba roja y trufa. Y Lloró de emoción al sentir el sabor del plato que la llevó directamente a recordar la cocina cariñosa y cercana de su abuela”.
Historia y tradición. Los platos de la “Lobita” son un reflejo maravilloso del trabajo bien hecho durante tres generaciones. Uno de los que cuenta con mayor reconocimiento es la cococha de bacalao cocinada al vacío con cardo rojo de Ágreda “a la abuela”. En él Elena Lucas arriesga al ligar la salsa de almendras que suele acompañar al vegetal con un especial pilpil con un fantástico resultado. Elena también roza la perfección gastronómica con su vieira con angulas de monte, mollejas de lechazo caramelizadas y crujiente de spagueti de mar. Un plato que culmina con su paisaje de trufa, una combinación de chocolate y hongos que demuestra que las setas pueden dar un pasito más allá de lo salado si se tratan con mimo, inteligencia y acierto.
Elena es consciente de que el cambio y la innovación deben ser dos referentes de su cocina. Por eso la reinvención y la búsqueda de nuevos sabores y texturas es constante. La “Serrería del pueblo” es uno de esos platos que define a la perfección la cocina de autor en la Lobita. Es un plato atrevido y muy sabroso con el que se rinde homenaje a la gente de los pueblos de pinares que siempre ha trabajado en torno a la madera. “Mi abuelo trabajó y vivió del monte, algo que combinaba con la gestión del bar. Presentamos el plato como un tronco con el serrín, las pinochas, las cortezas al que ponemos caviar de pino. Son unas bolitas que salen de la flor del pino antes de que sulte el polén. Son líquidas y en boca tienen una textura muy parecida a la del caviar. El tronco es un paté de Boletus. En mesa al cliente se le termina de presentar el plato con unas gotitas de resina que sería un sirope. Es como comerse las setas y el monte de una manera diferente y divertida”, matizó Elena Lucas.
Teresa de Calcuta solía afirmar que a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería mucho menos si le faltara esa gota. El coronavirus nos ha mostrado con claridad que somos mucho más vulnerables de lo que pensábamos. “Ha sido complicado, no lo voy a negar. Pero también nos ha permitido reflexionar acerca de las cosas que son verdaderamente importantes en la vida. El regreso además ha sido maravilloso y los clientes nos han vuelto a dar su confianza”.
Elena Lucas sigue siendo aquella niña alegre, traviesa y pizpireta que soñaba con pintar. Sus colores son sus platos, únicos e irrepetibles. Platos mágicos que despiertan en quien los prueba un arcoíris maravilloso de emociones. Bailar es una de sus grandes pasiones y viaja buscando nuevas culturas, lugares y conceptos que le hagan crecer como persona y como cocinera. Vive la vida con intensidad, amor y alegría.
La sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz. Elena es plenamente feliz en Navaleno junto a Diego, el amor de su vida. En su recuerdo bailan al compás las imágenes del viejo bar de sus abuelos. De aquel tacatá ruidoso y oxidado con el que tropezaba de niña en cada lugar y en cada rincón de la vieja casa de comidas. “Me queda todavía un gran sueño por cumplir. Quiero ser madre. Me gustaría que mis hijos fueran la cuarta generación de la “Lobita” para honrar y preservar la memoria de mis abuelos, concluyó Elena Lucas.